Me pasa a mí
Me pasa a mí. Aunque la sangre salpique algo más lejos…
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Me pasa a mí. Aunque la sangre salpique algo más lejos…
Ni bien me di cuenta de que estaban tramando algo, caminé más despacio para que no me pudieran escuchar. Primero hicieron un silencio sepulcral, pensé que me habían chapado; pero como me quedé en el molde casi sin respirar, continuaron…
-Mamá… ¿cómo se le explica a alguien que no es judío, que ir al ejército de Israel no es “querer ir a que te maten”?
Por lo pálida que se puso mamá, ésta pregunta había sido peor que aquella:
Una cucheta húmeda y varias moscas revoloteando sobre manchas de residuo fecal y latas oxidadas, me dieron los buenos días otra vez. En los muros despintados yacían marcas de rasguños y huecos tapados con migas de pan ensangrentado…
Entre los surcos de mis arrugas sobrevive una impronta del fuego que ardía en aquellos años sobre mi piel. Al verano no lo daba por llegado, hasta que los pies descalzos de Lola amanecían junto a los míos en la playa, en la víspera de San Juan. Lola dejaba su pueblo con las habladurías haciendo eco;
-¿Y si tirás una moneda? –se rio una vez Silvina de mí.
Creo entender ahora la intención de esas palabras, que ese día me sonaron entonces tan frías como escarcha al amanecer.
Ante mis dudas, nunca me pidió que me quedara. La oportunidad…
No le costó demasiado pensar la estrategia.
Renovó su vestuario interior en una lencería de lujo; aclaró su cabello con el tono rubio que siempre había querido y se creó un perfil nuevo con seudónimo en las redes.
Las claves: SOLTERA y ATRACTIVA le dieron acceso al mundo prohibido que su marido hace muchos meses frecuentaba en secreto.
Tenía la invitación VIP en su poder.
– No te asustes si encontrás un trozo de oreja en la nieve –me alertó un compañero…
Tapaste el espejo de tu casa con una cajonera alta. Desde que te habían soltado aquellas palabras, no soportabas pasar por delante y ver reflejada una imagen tan pequeña. Comenzaste a descartar ropa por el miedo a provocarle celos. Te cargaste una mochila ajena que no te permitía caminar erguida. Danzabas sobre arenas movedizas…
Tengo que cuidarme de no hacer ningún ruido. Toser o estornudar sería sinónimo de auto condena. Quisiera recordar cómo brilla el sol sobre mi cara, cómo una gota de lluvia resbala sobre mi piel. Tengo el aire vetado y la vida en proceso de poder respirar…