No le costó demasiado pensar la estrategia.
Renovó su vestuario interior en una lencería de lujo; aclaró su cabello con el tono rubio que siempre había querido y se creó un perfil nuevo con seudónimo en las redes.
Las claves: SOLTERA y ATRACTIVA le dieron acceso al mundo prohibido que su marido hace muchos meses frecuentaba en secreto.
Tenía la invitación VIP en su poder.
-¿Querés probar alguna?- inquirió el apuesto joven que la recibió en el sex shop.
-Solo estoy mirando, gracias –respondió Vanina con un resto de pudor.
-Estoy acá para lo que necesites –le guiñó un ojo, alejándose unos pasos.
Vanina acarició con sus dedos el encaje bicolor de un antifaz de seda negra.
La primera vez que los vio había sido en una película erótica. Lo notó suave.
La máscara de cuero la descartó de inmediato. Dudaba de poder sentir placer anulando un sentido. Tal vez más adelante –pensó.
Se dirigió decidida a la caja con un antifaz veneciano. Media cara le quedaba prácticamente cubierta. La otra mitad entre plumas plateadas y guipiure francés, taparían su verdadero rostro.
El jueves era el día perfecto. Tarde de after work en la alocada ciudad de los negocios. Vanina conocía el lugar y la hora a la que solía entrar Max con sus colegas en la antigua y lujosa casona. Fue a partir de una conversación que escuchó cuando Max la creía ausente, que ella comenzó a afinar sus sentidos para obtener pistas acerca de las nuevas aficiones de su marido.
Con tanta suntuosidad, los bajos instintos parecen ser menos bajos.
Las reglas, simples de cumplir, las había recibido por correo electrónico con anterioridad, al adquirir su entrada. Nadie podía dejar al descubierto su cara ni revelar su identidad. Los hombres tenían prohibido acercarse a hablar con las mujeres a menos que ellas lo solicitaran. Max no tardó en llegar. Vanina dio tres vueltas a su alrededor. Un vestido ceñido de lycra rojo marcaba sus caderas y glúteos firmes.
El perfume nuevo de edición limitada que acababa de estrenar parecía embriagar a hombres y mujeres de la sala. Cuando sintió la respiración entrecortada de Max, se le acercó sin dejar más aire entre ellos. Solicitó la habitación privada. Si había más asistentes, solo se les permitía mirar. Supo enloquecerlo de placer como si lo conociera desde hace años.
-¿Vas a volver? –susurró él como en ruego.
Vanina le tiró un beso con dos dedos en sus labios y se esfumó entre el humo glamoroso del club.
Max, como de costumbre los jueves, llegó tarde a su casa. Encontró a su esposa con un camisón corto de seda rojo y un nuevo color de cabello. Parecía gustarle. Sobre su almohada un sobre de terciopelo negro escondía un regalo.
-¿No vas a abrirlo? –sugirió Vanina con tono seductor. “¿Jugamos?” decía la tarjetita junto a un incitante antifaz veneciano.