-¿Y si tirás una moneda? –se rio una vez Silvina de mí.
Creo entender ahora la intención de esas palabras, que ese día me sonaron entonces tan frías como escarcha al amanecer.
Ante mis dudas, nunca me pidió que me quedara. La oportunidad era maravillosa. Un traslado al primer mundo; un puesto importante; un salario que compensaba con creces el recibido habitualmente por un profesional con un master recién concluído. Tenía veinticinco años y una vida por delante. Pero había contraparte. Los ravioles caseros en familia los domingos, los partidos en el club con los pibes del barrio, los primeros casamientos de la barra, los mates en silencio con la vieja, los besos apasionados en los bosques de Palermo. Su piel rosada y el mundo mío que cabía entero en su mirada.
“¿La tuviste en la palma de la mano y la dejaste ir?”
La misma semana en que cumplí los 40 años, se me instaló este interrogatorio en el espejo del cuarto de baño. Me persigue al lavarme la cara con agua tibia y se intensifica con cada ida y venida de la cuchilla filosa de la hoja de afeitar sobre mis duras mejillas. Después se mete por el tornado mezclada con la espuma y por fin desaparece por la rejilla del lavabo. Durante la jornada no suele molestar. No interfiere en el aroma a café tostado del desayuno que prepara mi mujer, ni se mete en el coche junto a mis hijos de camino hacia el colegio. En la oficina no tiene cabida alguna, ni siquiera habiendo sido el altísimo valor, del costo empeñado por aquella lejana decisión. En cambio, a veces tiene la osadía de pasearse por debajo de mis sábanas como estrella fugaz, y desvanecerse hasta la mañana siguiente, que es cuando siempre insiste en reaparecer sin un mínimo atisbo de misericordia.
Aun sin nadie alrededor, siento como si todos los dedos índices del mundo estuvieran señalando en una misma dirección: Todos hacia mí. Entonces brotan de la pared una cadena de elucubraciones que apuntan a imaginar cómo hubiera sido todo, de haber sido todo, diferente a lo que fue. Manan los “si hubiera», los «por qué no dije», «por qué no traté», identifico en mi espalda el peso de los «me fui sin haber dicho lo que quería decir». Y se me aparece un monstruo de ocho cabezas que adopta cientos de caras enfrentándome.
-¡Papá! –interrumpió el mayor de mis hijos, metiéndose en el baño –no sé si ir a la fiesta que da Lisa en su casa, o al partido de los Lakers…
-¿Lisa es la chica con la que estabas ayer a la salida del colegio?
-Es ella, papá…
-Una decisión difícil, ¿verdad?
-Si ganamos, pasamos a semifinales…
-¿Y si tiras una moneda? –se me ocurrió decir. Vamos. Si cae cara vas a la fiesta de tu amiga especial, si es cruz, vas al partido de tu equipo favorito.
Fuimos juntos abrazados hasta el porche de la entrada. Nos brillaban los ojos por igual.
-¿Preparado? –le pregunté
-¡Tirala! –me gritó sin dudarlo
La moneda se elevó en el aire con la fuerza con la que vuelan los sueños. Comenzó a descender dando vueltas sobre sí misma y faltando apenas un efímero instante antes de caer; mi hijo salió corriendo a la vez que gritaba: -¡Papá, tengo que avisarle a Lisa que iré!
Patricia es única. Fresca e intensa, pone imágenes en nuestra mente con la palabra.
No es una escritora cualquiera, te hace sentir que eres parte de sus relato!
Qué bonito comentario! Gracias por leerme y disfrutar!