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Por Patricia Winer

Ni bien me di cuenta de que estaban tramando algo, caminé más despacio para que no me pudieran escuchar. Primero hicieron un silencio sepulcral,  pensé que me habían chapado;  pero como me quedé en el molde casi sin respirar, continuaronchamuyando en voz baja. Ya no me quedaban dudas: por el lugar del encuentro y por las precauciones que tomaban, esta vez se trataba de algo gordo.

Estaba en General Pacheco, a 40km de la capital, en la zona de la Ford del Tigre. 

La casona, que parecía caerse a pedazos, todavía se aguantaba de pie y guardaba imágenes inolvidables de nuestra alegre infancia.

Había sido el sueño de estancia de los abuelos:  al principio, nadie de la  familia se perdía un domingo de asado. Con los años dejaron de ir.  El abuelo, de la bronca, dijo que se la había regalado al viejo Gómez, el casero viudo y sin hijos que se dieran a conocer.  Él la mantuvo en condiciones hasta que murió, unos cuatro años atrás. Entonces mis primos: el Gaby, el Turco, el Marito y el Cabeza, decidieron volver. 

Yo ya había escuchado algo de ese misterioso encuentro, así que le pagué unos mangos a un buen amigo para que me llevara hasta la quinta en la vieja ranchera albiceleste que cuidaba como si fuera sacada de un museo. Le pedí que me dejara a cien metros para que no se oyera el motor y luego se fue. Suerte que me acordaba de una puerta medio secreta en el alambrado por donde uno de mis primos mayores se escapaba a la hora de la siesta para enredarse entre las piernas de la hija del almacenero. En el depósito hacían la porquería, sobre las bolsas de harina y de centeno; eso también lo escuché… lo bueno era que nunca arreglaron esa parte del alambre y entré sin que nadie me pudiera ver. A lo lejos se veía el garaje donde quedaron muebles viejos y trastos que nadie reclamó. Me extrañó que estuviera abierto.

La quinta seguía  como la recordaba, ahora llena de yuyos altos. La casa permanecía del mismo color ladrillo despintado. Tenía infinidad de portones de madera terminados en semiarco y ventanales a juego por todo alrededor.  No sé qué cantidad de estancias tendría en su interior, apenas entrábamos. El viejo Gómez parecía un gruñón y no osábamos molestarlo. Además, para nosotros, que vivíamos en departamentos de la capital, la vida discurría afuera, entre los animales y la parrilla, bajo el cielo que abrazaba nuestros anhelos, travesuras  y juegos de niñez.  El fuxia oxidado de las buganvillas de la larga galería me devolvió a la realidad.  Agachada entre  arcos y columnas,  porque habían abierto las ventanas, los escuché hablar. Primero hicieron silencio, después se acercó el Turco a mirar para afuera.  Les dijo que debía haber sido un gato o una liebre de las muchas que abundaban por acá. Y continuaron en voz más baja.

El calor de la tarde de mediados de enero se estaba tornando insoportable. Como se me dificultaba oír con claridad de lo que hablaban por culpa de una mosca asquerosa que no dejaba de zumbarme en el oído, caminé en cuclillas hasta el portón principal. Estaban los cuatro de espaldas a mí tomando unas cervezas que mantenían frías en una palangana de chapa llena de hielos.

-¿Así que pensaban dejarme afuera? -interrumpí la conversación.

Casi tocan las vigas que cuelgan a cuatro metros del susto que les metí.

-¡Estás de la cabeza, pulga! ¿Nos querés matar?

-Los voy a matar si no me cuentan en qué andan

Se miraron entre ellos con caras de búho, así, sin pestañear, hasta que el Turco rompió el silencio.

-Esto no te interesa, cosa de macho, ¿entendés?

-¿Como cuando el Pablo se escapaba con la almacenera? ¡Ni ustedes lo sabían! ¿Y quién le hacía la gamba? La pulga, claro… a pesar de que me metía otro cuento.

-Nada que ver, pulguita –intervino el Mario. No te enojes.

-Entonces me cuentan, y decido yo si me interesa o no. Si no entro en la rueda, los dejo tranquilos y me las tomo.  Como siempre… una tumba.

Ciertamente, no tenían nada que objetarle. Mili (Milagros, “la pulga”) era diferente al resto de las primas. Siempre había sido aliada de aventuras y jamás se había quejado o los había deschavado. Hasta era ella la que les conseguía las figuritas más difíciles o hacía sorteos y rifas  de “beneficencia” en las comidas familiares para financiar los innovadores e inútiles emprendimientos de sus primos. Todavía les faltaba guita para este proyecto. Los cuatro levantaron a la vez el pulgar de sus manos.

-Mirá –comenzó Gaby – en unos meses empieza el mundial….

-Obvio, en Brasil. ¿Pensaban ir sin llevarme?

-Lo que vamos a hacer es medio piantado. Las entradas están  agotadas –comentó Mario.

-Los brasucas compraron todas las entradas porque tienen miedo de que, como estamos cerca, nos creamos los dueños de casa  -agregó el Turco-. Nosotros nos vamos ¡con o sin entradas!

-¡Como para que no lo piensen! Si cualquiera que te cruzás va silbando el nuevo himno argentino: “Brasil, decimeeee qué se sienteeeeeee, tener en caaasa a tu papáaaaa…” ¿Y qué tienen  pensado? –preguntó Mili con curiosidad.

-En el garaje estamos preparando un colectivo Mercedes del 76 que consiguió el Mario, del taller de uno que le debía un favor. Hace siete meses que estamos recauchutando el micro. De acá para Misiones y de ahí para Brasil.

-La parte de adentro la tenemos ya casi lista, nos falta parte de la pintura y algunas cositas de mecánica. De papeles andaba medio flojita, pero nada grave –Interrumpió Mario. -Pasa que nos quedamos un poco cortos de guita…

-Sí- afirmó Gaby-. Hace dos años que estamos organizando las peñas, bailantas, buscando patrocinadores: ¡tenemos el colectivo lleno de calcomanías de auspiciantes! El Turco tenía un contacto que está metido con los de la HUA , estos de las barras bravas. Nos dio miedo, es un poco arriesgado. Son medio terroristas, viste?

-¿Para esto era toda esa movida? ¡No me lo puedo creer!

-Nena, de esto vos no entendés. ¡Es pasión pura! –insistió el Turco pegando un sorbo a su cerveza.

-Turquito querido, primero convidame una birra. Segundo, me van a escuchar:

Que no entiendo de fútbol, puede ser. Ahí me quedo corta, no me conozco todas las reglas y capaz que te grito otro gol en el replay. A los jugadores los ficho. Ahí llego.

Es verdad que no cacho mucho pero ¿saben qué?  Yo vi las lágrimas en los ojos de

mi viejo en la final del metropolitano del 84´ cuando los bichos colorados salimos por primera vez campeones! Jugamos 18 partidos en cancha de Ferro y otros 18 de visitantes. Sin sede propia y ganamos! Yo durante el partido  miraba al cielo -como hacía en la telenovela Andrea del Boca, ¿viste? – pidiéndole al diosito que me le diera al viejo esa alegría. Yo estaba al lado del viejo cuando Olguín metió ese 1-0  y cuando la radio que teníamos pegada a la oreja anunciaba el empate 1-1 desde La Plata de Estudiantes contra Ferro. ¡No sabes cómo festejamos! Todavía lo puedo escuchar. ¡Gracias sapo!  le gritaban al DT. ¿Y cuando era aniversario de casados de los viejos? Un dramón. Justo ese domingo había un partidazo. Así que hice de intermediaria.

Le dije a papá: vos llevanos a cenar el sábado al Palacio de la Papa Frita y yo la convenzo de ir los tres juntos a la cancha el domingo. Y así fue. No se imaginan a mi vieja sentada en la grada de chapa, esa que se mueve que pareciera que vas a saltar de un trampolín (esa foto no la borro jamás de mi retina). Todos los hinchas saltando y cantando de pie y ella, sentadita en jeans y sandalias de taco chino, tejiendo con sus dos agujas!  Pasión es lo que sentí en el partido en All Boys, cuando a centímetros míos tenía de un lado a 11 de los mejores jugadores del país  y del otro lado de la cancha al «dream team» de los galancitos: Grandinetti, Calvo, Taibo, Darín;  para hacerme pis era eso.  Y la guinda del pastel: cada domingo en la cancha de los bichos, cuando el Diego no podía jugar por su problema de rodilla y veíamos todo los partidos con la Claudia y con el 10.  ¡Si hasta me acarició la cabeza!  Me van a hablar a mí de pasión…

Las caras de búho se les habían vuelto como de pollos mojados. No sé si tomaron la decisión por haberlos convencido o por no escucharme un minuto más. La cosa es que me dijeron que sí. Que me iba a Brasil con ellos. Que me piantaba al país de la samba y los corazones quenchi. Por supuesto que les ayudaría a conseguir la plata que faltaba para el bondi y el gasoil además de ser la cebadora oficial de los mates.

-Algo más –murmuró el Gaby con una mirada aprobatoria del resto.

-Lo que quieran. Acá la pulga dispuesta y entregada a la causa.

-Necesitamos que vayas a ver a la Tere.

-¿Qué Tere? No será la ….

-Esa misma –interrumpió el Cabeza.

– ¿Y desde cuándo ustedes creen? ¡La puta! lo que hace el mundial. Está bien. Yo voy, pero cada uno hace la parte que le toque y sin chistar.

 * * * * * * * * * *

Argentina juega su mejor partido. Ponen todos los huevos en la cancha. El gol se resiste, pero tiene que venir. “Vamos, vamos, Argentina” se oye por todas las esquinas. “Brasil. Brasil, que se siente tener en casa…” Las hinchadas se encienden. Las oleadas parecen tsunamis humanos.  Las barras brasileras responden alentando a la selección alemana. El espectáculo da miedo.

Ahí llega: en el minuto veinte. Toni Kroos cede un balón, la zaga del alemán  no se entera de que Higuaín está detrás de ellos y el Pipita, manda el balón al centro del arco. ¡La albiceleste ya está festejando!  Aguantan el partido hasta el final. La copa es Argentina. La pulga (verdadera) a su temprana edad se alza con el primer mundial en sus espaldas.  Pero después, algo pasa … Se arma el caos.  Cientos  de aficionados de grupos anti –Copa que vienen sumando puntos  al descontento popular con el evento, junto con  los de la  Torcida Jovem,  los Loucos pelo Botafog, y la  mancha alvi-verde -una de las barras bravas más temerarias del Brasil) irrumpen tomando por sorpresa a altas horas de la noche a la seguridad;  entran en la habitación del hotel del Pipita para subirlo a un automóvil con destino incierto por entre las favelas.  La fiesta se convierte en tragedia. El sabor de la cúspide y la fama se transforma en la peor pesadilla de sus vidas .

  ************** 

13 de Julio de 2014.  El estadio de Maracaná está a reventar con casi 75000 espectadores. La pulga, el Cabeza, el Turco, el Gaby y Marito habían logrado cumplir el sueño de estar en el mundial consiguiendo las entradas a su manera.

– ¡Ésta va por vos, viejo! -repetía Milagros pidiéndole al diosito por la selección. Rezando igual que aquella vez en la final del metropolitano y con las palabras que le escribió la Tere; solo que esta vez pedía que la pelota no entrara para marcar ese desafortunado gol.

Llegó la hora de la verdad y resultó que sí, que Argentina jugó su mejor partido. Al minuto veinte, el Pipita, completamente solo ante Neuer, erró el tiro al arco que Tere había videnciado como el gatillo de la tragedia. Los primeros cuarenta y cinco estuvieron controlados por el equipo de Sabella. Sin embargo, los delanteros —Higuaín, Messi y Palacio— le perdonaron la vida al equipo europeo fallando inexplicablemente en varias ocasiones de gol. Mili los gritaba para sus adentros como bendiciones. El Cabeza controlaba que el Turco y el Gaby cumplieran al pie de la letra con las indicaciones de la mística mujer. El Pipa cantó gol después de recibir un centro desde la banda derecha, pero el juez de línea levantó el banderín y lo anularon.

Sabella movió banquillo y metió al Kun Agüero en la cancha . Argentina estuvo a punto de marcar en los primeros minutos de la segunda parte. La Pulga recibió un pase dentro del área y pateó por demás.

Marito también cumplió con su parte del hechizo; había llevado el pañuelo con tres nudos y el muñeco pinchado.  Lo sacó del bolsillo en el clarísimo momento  de penal  a favor de Argentina que el árbitro Nicola Rizzoli no quiso pitar, a pesar del rodillazo del arquero alemán sobre Higuaín dentro del área. Se sucedía un milagro detrás de otro. El hagstash #EraPenal, batía récords en Twitter.  El árbitro se había comido un penal más grande que todo el Maracaná. Fueron a prórroga. Faltaban ocho minutos para que terminara el martirio cuando por fin llegó el gol que le dio la victoria Alemania.

¡Vamooos Argentinaaaaa, carajo!… se oía por las esquinas ante la derrota. Como si supieran los argentinos de lo que se habían salvado de verdad. Lo peor que hubo que aguantar, fue a los brasileros a los que habíamos tratados de  “hijos” que tenían en casa a su “papá”, aplaudiendo a los alemanes.  Habían perdido 7- 1 y  3 – 0 pero igual querían celebrar. Admirables. La Mili y su equipo siguieron todas las instrucciones de la bruja Tere. Creer o reventar. Había funcionado. Gracias a ellas, para Argentina habrá revancha asegurada en el próximo mundial.

Acerca del Autor

Patricia Winer

Patricia Winer (Buenos Aires, 1971) Poetisa de alma y escritora en ciernes. Diplomada como Contadora Pública Nacional, su balance arroja un cero en el stock de rencores, una columna de besos morosos y un haber de abrazos pendientes. Su piel sigue sudando rebeldía. Se instaló en la piel de una inmigrante. Es siempre pasajera en trance. Vive a orillas del Mediterráneo y naufraga entre las letras. Adora leer, bailar y los buenos vinos. Odia las despedidas y nada le molesta más que una noche perdida… Sabe que si no sueña no le queda nada y si se le acaba el mundo, lo volvería a escribir…
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