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Por Abel Katz

Para decir la oración hebrea del kadish o leer la Torah se necesitan diez personas.

Cuando Abraham regateaba con Dios para salvar a Sodoma y Gomorra, le argumento: “¿Destruirás también al justo con el impío?  Tal vez haya cincuenta justos dentro de la ciudad”

Y Dios aceptó -“Si hay cincuenta justos no las destruiré”- sabiendo que no los había.

Entonces Abraham regateó: “Bueno, tal vez haya cuarenta”.

Y siguió con treinta, veinte y diez, sin tener éxito… de ahí se deduce que una comunidad sana debe tener por lo menos diez justos.

Pero que once se junten a jugar, a organizarse, a entrenar y a conseguir un objetivo en común, hace a esa comunidad merecedora de la felicidad.

Que haya otro equipo contra quien jugar pues mejor y si se forma una liga con varios equipos con quien competir, se siguen las reglas del fair play y el respeto a los competidores, es magnífico.

A los once años tuve la suerte de que mi papá me llevara a ver el partido del siglo entre Italia y Alemania en el mundial de 1970 en México. Fue un juego en el que no había la tensión que ganara mi equipo, en el que hubo un buen arbitraje, metiendo gol Italia al minuto ocho y jugando con el corazón los dos equipos todo el partido hasta que en el minuto noventa, Alemania empató el partido para alargarlo a tiempos extra.

En el tiempo suplementario salió el capitán Franz Beckenbauer a jugar con el brazo vendado, ya que se dislocó el hombro y ya no podían hacer cambios. Alemania remontó el marcador al minuto cuatro y al octavo, otra vez empató Italia, remontando nuevamente al minuto catorce para terminar el primer tiempo suplementario 3 a 2 favor Italia. En el segundo tiempo suplementario, Alemania volvió a empatar y un minuto después Italia marcaria el gol del triunfo quedando 4 a 3.

Los últimos nueve minutos, los dos equipos estaban cansadísimos, pero continuaron luchando hasta el silbatazo final.

Ese fue uno de los momentos mas emocionantes que compartí con mi padre y con

cien mil personas que llenaron el estadio azteca.

Después, mi pasión disminuyó viendo cuando los padres y amigos se apasionan e insultan a los contrarios o incitan a sus hijos a cometer faltas. O si se trata de equipos profesionales, que los hinchas de los equipos lleguen a los golpes. O cuando los medios de comunicación buscando rating o llenar estadios, sobrestimen al equipo local para que finalmente decepcionen a la afición.

Pero se me hace un gran deporte y un juego con un poder de convocatoria en niños desde pequeños y les enseña valores de competencia, de disciplina, de superación y de liderazgo. Y tal vez podríamos aplicarlo a otras actividades de nuestra vida.

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