Los Trigales En Flor
En un lado del cielo las estrellas se aferraban a la noche, mientras que en el otro, los rayos claros del sol comenzaban a espantarlas, cual si fueran una parvada de urracas huyéndole a los tiros…
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En un lado del cielo las estrellas se aferraban a la noche, mientras que en el otro, los rayos claros del sol comenzaban a espantarlas, cual si fueran una parvada de urracas huyéndole a los tiros…
Soñaba con un vendaval en el cual cientos de tecolotes batían las alas a favor del viento. Volaban en silencio, con la intención de llegar hasta ella y prenderla con las garras de sus talones. Se veía ya reflejada en aquel sinfín de ojos amarillos, cuando el contacto de su piel contra el fierro de la cabecera la despertó…
Siempre habíamos sido cuatro. Para esto y para lo otro, cuatro.
Eramos también, esos mismos, los que entraban y salían de aventuras y problemas, sin siquiera saber cómo. Sin embargo, tras años de andanzas y sin aviso, llegó el día en que pasamos a ser solo tres…
Se acercaba la hora del crepúsculo y de entre las cañadas de aquellos cerros pelones, con apenas uno que otro pino ralo y trespeleque, bajaban ventarrones turbios que, ululando a su paso, anunciaban…
Nunca volví a tener amores como el que tuve en la preparatoria. ¿Quién los tiene realmente?
―Cerramos en quince minutos jovencita― dijo el bibliotecario con su voz dulce, pero eternamente ronca de mandar a callar a los cientos que por ahí habían pasado a través de los años.
Levanté la cabeza de mi cuaderno y le agradecí con un gesto el recordatorio. Metí mis apuntes en la mochila, eché su pesada carga al hombro y…
Levantó la cabeza al cielo y le pareció perderse en aquella inmensidad bermellón de la tarde. Debían ser cerca de las siete y el sol no cesaba. La explanada por la que caminaba remedaba un horno de piedra bajo sus pasos. Echó una mirada hacia atrás y vio…
La vida, la obra e incluso la temprana muerte de Alondra del Fierro, estuvieron perpetuamente veladas tras un matiz críptico. Incluso para quienes llegamos a conocerla íntimamente, siempre hubo entre ella y nosotros, un abismo insondable. En ocasiones, sin embargo…
Fue una tarde de invierno, con el solsticio por terminar, que mis delirios se esfumaron. Era entonces un iluso estudiante de medicina que trabajaba en la morgue para solventar gastos, y de paso, incrementar mis conocimientos, pero de nada valieron mis esfuerzos.
Bastó reflejarme en sus ojos vacíos y profundos que miraban sin mirar, para darme cuenta…
Delante de él, al otro lado de la tumba, diez mujeres vestidas de luto lloraban a grito abierto y él, Cornelio Cardenal, se limitaba a…