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Por Oscar Garza Villarreal

Nunca volví a tener amores como el que tuve en la preparatoria. ¿Quién los tiene realmente?

―Cerramos en quince minutos jovencita―  dijo el bibliotecario con su voz dulce, pero eternamente ronca de mandar a callar a los cientos que por ahí habían pasado a través de los años.

Levanté la cabeza de mi cuaderno y le agradecí con un gesto el recordatorio. Metí mis apuntes en la mochila, eché su pesada carga al hombro y me levanté de la mesa. Avancé apresurada por entre las hileras de repisas con sus añosos volúmenes y sus casi ilegibles etiquetas en oro y bronce, inhalando la nostalgia del aroma a papel y cuero encerado. La gran mayoría, eran libros de texto encuadernados, pero siempre tuve la fantasía de que se trataba de antiguos libros de olvidada sabiduría.

Estaba por alcanzar la salida, cuando me di cuenta de que había olvidado un pequeño y muy doblado trozo de papel. En él, escritas en diminuta caligrafía, estaban las fórmulas de física que había preparado para ayudar a hacer trampa a mi mejor amigo en el examen del día siguiente. Juanfe, quien debido a los azares de la geografía y los desarrollos urbanos, había crecido junto a mi, era el chico más popular del segundo grado, si no es que de la preparatoria. No era mal estudiante, pero las leyes del movimiento de los cuerpos se le daban fatal y, desde que había comenzado a salir con Monica, otra celebridad local, sus calificaciones habían ido en declive.

Di la media vuelta con intención de volver a mi lugar y recuperarlo, pero para mi angustia, se encontraba abierto ya entre las nudosas manos de Don Vicente.

―Usted no necesita de cosas así. Está en el bachillerato avanzado― dijo hosco, pero con aquella misma voz de abuelo de cuento.

―No es lo que usted cree― respondí tímidamente.

―¿Y qué es lo creo ?― preguntó, quitándose lentamente los anteojos para mirarme fijamente.

Tartamudeé algunas palabras, pero antes de que pudiera embrollarme con más explicaciones inverosímiles agregó:

-No se ande con fregaderas. Haga lo correcto y póngase a estudiar.

-Si. No le quepa duda― dije mientras asentía con la cabeza, tratando de verme más convincente.

-Le irá bien Elizabeta, nada más pongase al tiro ― agregó haciendo énfasis en mi nombre con un ligero movimiento de su bigote.

Para ser un hombre reservado que pasaba sus días en los confines de la biblioteca , tenía un conocimiento enciclopédico sobre cada uno de los estudiantes y un vocabulario de ranchero. Casi podía estar segura de que en sus ratos libres usaba sombrero tejano.

Eso fue todo. Se guardó el papel en el bolsillo y salí de la biblioteca, dejando atrás el cálido silencio con aroma a museo, para enfrentar las melancólicas lloviznas del otoño en la ciudad de las montañas. Juanfe tendría que arreglárselas de alguna otra manera, aunque con mi ayuda desde luego y como siempre.

Me ajusté el impermeable, al que por costumbre yo solía llamar rompevientos, palabra que nunca dejaba de divertir a mis amigos, y corrí hacia la parada de autobús. Llegué a tiempo solo para ver como sus pasajeros me miraban con lástima desde el interior, pero con la ligera expresión de estar agradecidos de no encontrarse en mi lugar.

―Chingado Liza, hoy no das una― pensé. No podía darme el lujo de esperar una hora más para el siguiente camión, tenía tarea aún pendiente por hacer y quería terminar de repasar mis notas. Resignada, opte por caminar hasta otra estación y tomar una ruta alterna.

Haciendo malabares con los libros  y proezas de equilibrio para evadir los charcos, pues nada más molesto que llegar a casa con las medias mojadas, crucé el estacionamiento. Por el rabillo del ojo me entró una visión de esperanza. Quizá después de todo no tendría que hacerme camino a través de la lluvia. La enorme “troca” pick-up de Juanfe se destacaba  con su escandaloso color rojo , estacionada bajo  un árbol frondoso.  La luz de una farola, que surgía de entre sus ramas, lo cubría con una sombra gris,  todavía más oscura que el color de la tarde.

―Si Juanfe está aquí, es obvio que  Monica también lo estaría ― deduje con un poco de fastidio.  De otra manera, ¿qué podría estar haciendo sólo y  después de clases dentro de su camioneta ? Si bien, lo pensé mejor, se trataba de Juanfe y eso abría un mundo de posibilidades, no todas legales.

Resuelta a dejar de hacer el papel de gata bajo la lluvia, me decidí a interrumpir en aquel motel improvisado. Me aproximé al vehículo por la parte de atrás e hice sonar la caja con algunos golpes para darles aviso de mi presencia.  No quería sorprenderlos en el acto. Algunas imágenes es mejor no verlas para no tener que desear luego no haberlas visto nunca. 

El vidrio de la ventana trasera estaba ligeramente empañado y las enormes gotas se deslizaban en progresión, creando un mapa de topografía desconocida. Desde dentro de la cabina, me llegaban voces agitadas pero apagadas por el sonido de la lluvia golpeteando en el suelo y las ramas del árbol. Reconocí las figuras de la pareja en lo que me pareció un abrazo.

Me detuve a esperar la respuesta, pero esta no llegó. En el interior logre ver como en un segundo ambos cuerpos se separaban en direcciones opuestas. El volumen de la conservación, ininteligible por el ruido, se incrementó para llegar hasta un clímax de erizante silencio. Luego ocurrió.

Como una saeta, el brazo derecho de Juanfe surcó el abismo que se extendía entre ellos y dio de golpe en la mejilla derecha de Monica. Su cabeza se movió como un latigazo  dando un giro a la izquierda y hacia atrás en dirección de la ventana del pasajero. Le había propinado una cruel y atroz bofetada de revés. Una sola fue suficiente. Me di cuenta entonces de  que la magnitud del amor que se tiene hacia una persona, puede llegar a tener su equivalente en odio en tan solo un instante. 

Me quedé pasmada, petrificada en mi sitio con la sensación de estar presenciando algo íntimo y prohibido, pero a la vez con un sentimiento del deber que me obligaba a intervenir.  No llegué a tomar la resolución, pues justo en ese momento la puerta de la camioneta se abrió. Monica bajó de ella, tenía el rostro enrojecido y los cabellos revueltos. 

―Maricon ¡Poco hombre hijo de la chingada ! ― maldijo con una voz herida y desgarrada, llena de dolor y de furia.

―Espera. Eso no estuvo bien. Me excedí. Sube y hablaremos más tranquilos ―contestó Juanfe. 

―No quiero volver a saber de ti.

Monica azotó la puerta de la camioneta, se dio media vuelta y avanzó algunos pasos, luego como sin saber a dónde se dirigía ni lo que pretendía hacer, se quedó fija en aquel sitio, aún protegida de la lluvia bajo el follaje.

Anduve por el costado de la “troca” y llegué hasta ella. Entonces volvió la vista hacia mi. Me llamo por mi nombre y me abrazó para luego romper en llanto con su cabeza hundida en el hueco entre mi cuello y mi hombro izquierdo.

Me estremecí cuando sentí el calor de sus lágrimas sobre mi piel contrastadas con el frío de las gotas de lluvia. Tuve la sensación de que también yo quería llorar.

― Ven linda. Vamos al baño a arreglarte un poco― le susurré, aún manteniendo el abrazo.

Con la mirada busqué el rostro de Juanfe en el interior del vehículo. Solo vi su silueta agacharse sobre el volante. Escuche cómo encendía la marcha y después  cómo revolucionaba el motor  al alejarse. Entonces Monica lloró con más fuerza y yo la encamine al baño de damas del gimnasio, que a esa hora debía de estar vacío.

Frente al espejo, bajo la luz esteril del baño, Monica hacía un despliegue de talento con su pequeño estuche de maquillaje. Lo que a mi me hubiera llevado una eternidad, a ella le bastó alrededor de una media hora, descontando los quince minutos que tardó en recomponerse tras el incidente, más el tiempo en que nos ocultamos bajo las escaleras mientras esperábamos a que el personal del aseo saliera del baño.

Sentada sobre la tapa de uno de los inodoros y con la puerta abierta, pues no había ningún otro lugar donde acomodarme,  la miraba mimetizar aquella área hinchada y amoratada sobre el malar  con el resto de su piel de gamuza. Yo no daba cabida a la enorme compostura de aquella chica. De haber estado en su lugar no se que habria hecho pero estoy segura de que no estaría, impasible aplicando plastas de maquillaje.

Mis pensamientos iban de la incredulidad a la furia, pasando por todos los sentimientos entre ellos. Juanfe, se había convertido en un ser desconocido para mí.

―Después  repasar un poco con el mate, haces el “contouring”  desde aquí y te sigues por toda esta parte― dijo ella señalando con la brocha pero sin aplicarla. Hablaba sin perder de vista su reflejo, como si más que estar conversando conmigo lo hiciera consigo misma.

―Si ves como hasta te hace ver la cara más delgada?― preguntó de pronto, volviendose para mostrarme el efecto.  En su mano, sostenía aún la brocha y me pareció que esta hacía una leve oscilación, como si toda su voluntad estuviera volcada a la tarea de maquillarse y ahora que estaba libre de ella, aunque fuera por tan solo un momento, comenzara a quebrantarse. 

―Ya veo. Te salió muy bien. Yo nunca podría hacerlo tan profesional como tú.- dije algo sorprendida y conciliadora. Me agradeció con una sonrisa y volvió a perderse en su reflejo. La comisura izquierda ligeramente fija en una mueca debido a la inflamación.

―Si gustas te puedo enseñar a hacerlo con la esponja, es mucho más fácil― se dio media vuelta retornando a su tarea. Al ver como poco a poco su rostro maltrecho iba recuperando su belleza habitual , me sentí simple y gris, como si el mio estuviese dibujado a lápiz con trazos burdos.

― Al principio haces un desmadre pero luego poco a poco le agarras la onda― me dijo mientras trazaba una delgada línea en el borde de las pestañas del párpado superior.

―Monica. ¿Estás segura que te encuentras bien? ¿No te gustaría hablar de lo que pasó ?

―No ha pasado nada. Las parejas discuten. A veces las cosas se tornan un poco dramaticas. 

―Ya, pero esto fue mucho más que una discusión. Vi como te agredió. La bofetada y todo.

―No se que tanto hayas visto, ni cuanto hayas escuchado, pero te aseguro que tengo las cosas bajo control.

―A mi no me lo parece. Juanfe es mi amigo y lo quiero, pero esto es demasiado. Debemos reportarlo, o al menos debes decirlo a tus padres.  Toda esta situación está mal, muy mal. Las cosas no pueden quedarse así nada más.

Desde el espejo, los ojos aguamarina de Monica se encontraron con los mios. Su mirada tenía el mismo brillo despulido y viejo, como el del  cristal desde donde había salido.  Una grieta cruzaba el espejo haciendo un curva en forma de hoz, justo a la mitad  y esto causaba que la imagen de ella pareciera como dividida, el lado diestro ligeramente desfasado por escasos centímetros del siniestro. Me recordaba a los trucos de magia donde se parte a una mujer por la mitad. 

Guardo mecánicamente el maquillaje dentro del estuche. Pasó sus dedos por entre sus cabellos a modo de peineta para dejar todo en su sitio y después se alisó algunos pliegues que tenía sobre el vestido. Dejando las manos sobre las caderas, contempló de nuevo su esbelta figura. En su cara apenas si quedaba rastro del golpe.  Una vez satisfecha con lo que veía dio un giro, se recargo en el lavabo y nos vimos frente a frente. 

― Mira Elizabeta ―comenzó.

― Liza ― dije sin resistirme a interrumpirla para hacer la corrección. Odiaba mi nombre de pila.

―Liza ― reinicio sin dejar  esa sonrisa satisfecha en su mirada.―Te agradezco mucho, en serio. Te portaste muy linda conmigo. Tu y yo, como bien sabes, no está demás decirlo, no somos amigas. Al menos no íntimas. Más bien nos conocemos por Juan Felipe. Ahora, después de lo que sucedió, creo que tenemos un cierto tipo de conexión.

―Aquí es donde viene el “pero”― intervine mordazmente.

―No hay “peros”. En verdad estoy muy agradecida contigo. Lo digo de corazón, sin embargo…

― “sin embargo “ es un forma de decir “pero”― dije con afán de fastidiar. Tengo la estúpida tendencia de comportarme así cuando estoy incómoda.

―Sin embargo ― continuó haciendo caso omiso de mis palabras ― quiero pedirte que te mantengas a raya. Te pido por favor que no te metas.  No trates de involucrarte más de lo que ya estás. Él es tu amigo y quiero que así sigan, solo que en este asunto yo me encargare personalmente.

― Disculpame Monica. Yo sé como tratar a mis amigos. No necesito recomendaciones, aunque seas tu su novia― respondí. ¿Quién se creía esta tipa para decirme que chingados podía o no hacer?

― Estoy segura que harás lo que mejor consideres. Después de todo quién soy yo para pedirte algo así. ― dijo , como si acabara de leerme el pensamiento.   Voy a llamar a mis padres para que vengan por nosotras. Anda, te daré un aventón a casa. El día no está para pinches paseos.

Algo en el tono de su voz más que en sus palabras me hizo ponerme sobreaviso. Quizá la chica popular de la preparatoria era más que solo eso. Mis pensamientos se fueron tras   Juanfe y su camioneta. Probablemente ahora estaría conduciendo a toda prisa mientras oía música a todo volumen, como solía hacerlo y no se detendría hasta que saliera la canción perfecta.

Esperamos sentadas bajo el arco de la entrada principal cerca de veinticinco minutos a que llegara su padre. La lluvia se cansaba de lavar la ciudad y ahora se complacía en descansar sobre los picos azules de la cercana sierra. Finalmente apareció un auto Mercedes color plateado, de la clase que se ven en la contraportada de revistas para caballeros o de sociedad.

Su padre era un hombre galante, de espalda  ancha, que bajó del auto para abrazar a su hija y  abrirnos la puerta. No me tardé en notar el parecido que Monica tenía con él. Me saludó cortésmente y durante el trayecto no hizo muchas preguntas, salvo las de rigor que se pueden hacer a una compañera de escuela de su hija. Luego se limitó a hablar por teléfono mientras conducía. Su voz tenía el timbre seguro  de quien está acostumbrado a mandar.  Monica se entretuvo jugando con la radio durante el trayecto. En verdad que era buena actriz. —Nadie, pensé —por mucho que prestara atención a los detalles, hubiera podido darse cuenta qué, algunas horas antes, la chica había sido agredida y había llorado inconsolablemente bajo aquel árbol.

Yo me pasé el recorrido con la sensación de haberme ido a meter a un negro estanque  del cual solo se puede salir tras nadar en sus aguas turbias.

La colonia donde ahora vivía,era de una sólida clase media, pero cuando el Mercedes se aparco frente a mi casa, no pude dejar de sentir un poco de vergüenza, similar a la que alguna vez sentí cuando niña , al enterarme  por casualidad de que mis libros eran de segunda mano y no estaban impregnados con el olor a resina y tinta de los de mis compañeros de clase.

Agradecí el favor, recabé mis pertenencias y me dispuse a bajar del auto. Entonces , cuando ya tenía la mano sobre la manija de la puerta, Monica se desabrochó el cinturón de seguridad y se aproximó a mi por el espacio entre los asientos delanteros, inclinando su cuerpo por sobre el mío. El olor de su maquillaje revuelto con el de la piel de la tapicería.

― Que no se te olvide lo que hablamos , amiga. Ciao, Ciao― dijo y luego me dio un beso en la mejilla.

Acerca del Autor

Oscar Garza-Villarreal

Oscar Alejandro Garza-Villarreal, nació en 1981 en Nuevo León, una región industrial ubicada en la Sierra Madre Oriental del noreste mexicano. Tras una infancia feliz, aunque complicada debido a diversas situaciones familiares, desde muy temprana edad se acerca a las artes, en especial a literatura. De ellas obtiene un importante medio de expresión y una estabilidad interior. Sin embargo no llegará a emprender una carrera en el mundo de las artes, sino que desoyendo el consejo de amigos y maestros, cursa estudios de medicina en la Universidad Autónoma de Nuevo León, de la cual también obtiene un titulo de especialista en el area de ginecologia y obstetricia. Al concluir sus estudios, labora por algunos años como médico rural así como en el ámbito privado de su ciudad natal. En el año dos mil dieciocho, persiguiendo un antiguo anhelo, emigró al estado de Israel , donde continuó su formación con estudios de posgrado en infertilidad y técnicas de reproducción asistida. Es ahí también donde conoce a su esposa vuelve a sus intereses artísticos, como la fotografía y el dibujo. En año dos mil diecinueve, buscando gente de habla hispana que compartiera su afición por la literatura, se acerca al Instituto Cervantes de Tel Aviv, donde tras cursar varios talleres de escritura, pasa a formar parte de la comunidad de autores del instituto. Desde el dos mil veintidós radica en la ciudad de Florencia, Italia, con su esposa,desde donde trabaja en su primera novela y continúa en contacto con la comunidad de escritores de Tel Aviv.
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