Por Oscar Garza Villarreal

La vida, la obra e incluso la temprana muerte de Alondra del Fierro, estuvieron perpetuamente veladas tras un matiz críptico. Incluso para quienes llegamos a conocerla íntimamente, siempre hubo entre ella y nosotros, un abismo insondable.

En ocasiones, sin embargo, si se prestaba suma atención a su trágica sonrisa, a la ligereza de sus manos, pero sobre todo a sus borrados ojos grises, podía vislumbrarse una verdad a medias, pero solo por un instante, pues de inmediato se advertía de ello y procuraba disimularla con un comentario acertado, una mirada sagaz o una copa de lo que tuviera en mano. 

Mucho antes de que adquiriera notoriedad, Alondra -junto con su familia- era ya una especie de celebridad local entre los habitantes de aquel recóndito pueblo vinícola, rodeado de cerros desgarrados por el viento. Tristemente célebres en todo caso , pero célebres al  fin y al cabo. No era solo el hecho de que, como algunas otras contadas familias, pertenecían al rancio abolengo del lugar, sino que los Del Fierro, incluso remontaban su ascendencia a los conquistadores. Quizá por ello, siempre fueron una estirpe extraña y ajena a esta tierra, no como la gran mayoría de nosotros, que parecíamos haber salido de debajo de las piedras de aquellos parajes.  

Se decía, que junto con ellos -además de sus ambiciones- habían traídos secretos, intrigas y enfermedades. Lo de los secretos e intrigas no me consta, pero como médico y en un tiempo amigo, puedo decirles que afecciones no faltaban. 

De ahí que Alondra, corriera con tal suerte en el curso de su vida.  Incluso su nacimiento no estuvo exento de un aire de intriga… (continúa) 

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