Por Diana Dimerman
Me siento un bicho raro con estos temas. Tengo contradicciones.
Transgredo algunas y cumplo otras.
Con los mandatos familiares me revelé totalmente.
Cuando les dije a mis viejos que quería seguir una carrera universitaria pusieron el grito en el cielo.
Creo que recién tomaron conciencia, el día que recibí mi título de Arquitecta.
Cuando ya pasados mis 30 años me puse a buscar un departamento para irme a vivir sola, mi viejo me dijo: ¨De esta casa te vas a ir vestida de novia¨. Me reí y le contesté: “El blanco no me queda bien”.
Sin embargo, las leyes escritas por el hombre, las cumplo a rajatabla. Mi pareja dice que debería haber sido policía… ¡qué horror! No me imagino transgrediéndolas, es más fuerte que yo.
Las enseñanzas de mis padres -en especial las de mi papá- las atesoro como reliquias dentro de mí y creo que constituyen -en definitiva- lo que rigen mi comportamiento ante la sociedad.
En especial desde que llegue a Israel, las valoro mucho más.
Me enseñó a comer con los cubiertos bien sostenidos en mis manos.
“En la mesa no se despereza. Se come con la boca cerrada y no se habla con la boca llena”. “No se apoyan los codos” y muchas otras cosas que hoy agradezco.
Pero por sobre todo, mi padre me enseñó que mi palabra vale tanto o más que mi firma. Que respetarme a mí, es el primer paso para respetar a los demás.
Estas enseñanzas sí que las cumplo… y siempre con orgullo. Gracias viejo, allí donde estés. Gracias.
Me encantó!
Espero más comentarios y cuentos tuyos
Emotivo y corajudo!
Muy bueno!