– ¿Qué es lo que más extrañas de Argentina? – me preguntó mi marido de golpe y sin motivo.
Me quede mirándolo con sorpresa y desconfianza, si, desconfianza porque no entendía adónde quería llegar, él no pregunta porque sí.
– ¿A qué viene esa pregunta? – pregunté. Y él se sonrió.
-Cuando me respondes con otra pregunta es porque algo en tu interior te tocó.
Tenía razón, a veces parecería como si tuviésemos un hilo conductor entre nuestras cabezas, uno piensa algo y el otro lo dice, justo en ese momento estaba pensando en mis amigas.
-Lo que más extraño son mis amigas- se me llenaron los ojos de lágrimas.
No sabía cómo pedirme perdón, me abrazó, me quede acurrucada en sus brazos hasta que la nostalgia pasó.
Entonces comencé a contarle, por qué eran lo que más extrañaba.
-Cuando terminamos el liceo, entre la alegría, la tristeza, las lágrimas y las risas que se mezclaban contradiciéndose, hicimos una promesa: que nunca nos separaríamos.
El quinteto más unido, el más chiquito, éramos todas de la misma altura centímetro más o menos andábamos por el metro y medio, era nuestro distintivo, pero no nos preocupaba, lo que sí nos ponía tristes era el final de una etapa, alejarnos, no volver a vernos, no saber la una de la otra.
Por eso la promesa, el primer sábado del mes nos reuniríamos por la mañana a desayunar en nuestro “Grill Moreno” Av. Rivadavia y Jose Maria Moreno, Caballito.
Durante unos años fue ley, ninguna faltó y no alcanzaban esas dos horas que nos habíamos impuesto para contarnos lo ocurrido en nuestras vidas durante ese mes, reíamos recordando anécdotas con los profesores, nos aconsejábamos mutuamente ante dudas o experiencias nuevas. Fueron los mejores momentos de mi vida.
El tiempo fue pasando, cerraron el bar y cambiamos de lugar, pero las cinco éramos una piña, las conversaciones también cambiaron, algunas se casaron y tuvieron hijos, otras nos ocupamos de nuestra profesión.
Ya no gritábamos superponiéndonos al hablar, nos tomábamos el tiempo para escuchar y contar.
Las obligaciones de cada una nos llevaron a distanciar los encuentros. Entonces fueron los cumpleaños o cualquier celebración la excusa perfecta para vernos.
Pero siempre estuvimos en contacto. Todas las semanas nos hablábamos sin falta, a veces eran horas de charlas telefónicas.
Cuando hice Aliá, ellas fueron las que más sufrieron, incluso -creo- más que mis hermanos, hasta último momento estuvieron conmigo.
La primera vez que volví a Argentina de vacaciones, estaban en el aeropuerto a las siete de la mañana, esperándome.
Me preguntaste que extraño, a ellas las extraño. Aunque seguimos en contacto gracias al fabuloso WhatsApp.
Fueron muchos años de confidencias y experiencias, aprendimos a andar por la vida.
Supimos lo que era el dolor, la muerte, las alegrías y los logros juntas.
Nos apoyamos y nos criticamos, nos felicitamos y nos regañamos cuando era necesario, pero siempre juntas, con amor y respeto.
Si tuviera que contarte todas las anécdotas que vivimos, podría escribir un libro, que se llamaría, “Mis hermanas elegidas”.
Mis sensaciones cambiaron de repente y me sentí con una energía poco usual.
Ya estoy frente al ordenador, planificando mi nuevo libro.