Por Patricia Winer
Cómo a otras jóvenes vírgenes, en el maldito “bloque 10” la sometieron a radiaciones con unas máquinas. Consiguieron pudrirle un ovario. Luego le asignaron a un médico –prisionero también- para que concluyera el trabajo.
-¿Podré tener hijos? –preguntó la joven llorando con un hilo de voz.
-No te he hecho nada malo –respondió el doctor Shmuel –Sólo extirpé lo podrido.
Mientras tanto en la universidad un par de alumnos defendían sus tesis*:
“Es de fundamental importancia rebatir rápidamente cualquier oposición pública atinente a las medidas tomadas conforme a lo que dicta la ley, y establecer firmemente la idea de salud hereditaria en nuestra población”.
Otro estudiante, escribió:
“Estamos obligados por el deber como médicos a otorgar a las personas afectadas el mejor cuidado posible conforme a la legislación. Sólo las futuras generaciones serán capaces de juzgar el verdadero resultado de la ley”.
Los alumnos adjuntaron documentación detallada sobre los diferentes procedimientos quirúrgicos realizados durante cinco años por decenas de profesionales. Sus tesis, avaladas por los directores médicos, proclamaron él éxito y los beneficios de la Ley de Esterilización, en su contribución al progreso del pueblo alemán y al fortalecimiento de la genética “aria”.
A los pocos días Shmuel fue ejecutado. Años más tarde la joven sobreviviente, dio a luz a un niño, al que llamó Samuel.
*Fuente: Casebook on Bioethics and the Holocaust
OKI
Muy conmovedor !!!
IMPRESIONANTE EL RELATO