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Por José Charbit

(Escena primera)

Dormitorio matrimonial, la esposa acostada en la cama ancha de dos plazas, esperando a su marido, casi a punto de dormirse.

Él entra en el cuarto, como un relámpago.

-¡Se me cayó el celular al inodoro!

-Bueno, no importa- contesta la mujer dormitando.

-Como no importa? ¡Ya no anda más!

-Ya te van a llamar…

-A donde me van a llamar? ¿no entendés que está lleno de agua sucia?

-Bueno, déjame en paz que quiero dormir- terminó su discurso bostezando.

¿Qué hago ahora? -se preguntó el marido saliendo del cuarto-.

Se puso un guante de nylon transparente y trató de sacarlo, con mucho asco, antes que el agua sucia del inodoro se lo trague.

¡Los años no vienen solos -pensó el hombre ensimismado-.  A esta altura ya me siento viejo, con un teléfono más inteligente que yo y encima ya no funciona… 

¡Mi mayor problema es Alexandra! ¿Qué hago ahora?  No recuerdo su número de memoria y su dirección no la conozco. Siempre nos encontrábamos en hoteles, nos veíamos dos horas, nos amábamos y luego cada uno a lo suyo.

¿Cuánto tiempo se necesita para saber que es una esposa y que es una amante?

Creo que se necesita a ambas:

Una, la esposa, tiene el complemento de lo que necesitamos:  orden en la casa, comida caliente sobre la mesa, las noches compartidas, los hijos en común, ayuda económica mutua, algo parecido a una madre.

La otra, la amante, en cambio, no tiene nada de eso, solo pasión, erotismo, el hecho de sentirse vivo, joven y con ganas de más.

¡Me quiero morir! ¿Cómo la llamo?  La quiero, y ahora no tengo como llamarla -pensaba el hombre, con dolores en el pecho-.

-¡Que andás murmurando solo por ahí, como un lunático… ¿qué te pasa?

–exclamó su mujer, desde el dormitorio.

-Nada, nada ¡solo que nadie me va a llamar ahora!

-Pero ¿quién es tan importante que tiene que llamarte a esta hora? preguntó subiendo su tono de voz.

-No, nadie… del trabajo -inventó para no descubrirse-.

-¿En medio de la noche? –

-Si, no es cosa tuya, mujer– empezó a transpirar.

-Creo que tenemos que hablar -susurró la mujer, fastidiándose, entredormida.

-Con el único que quiero hablar es con mi celular -contestó nervioso el marido.

-¿Te volviste loco? ¿O tu teléfono es más importante que yo? ¿Qué escondes allí y no querés decir? –se despabiló de mal humor.

-¿No me conocés, o creés que tengo una amante? – casi descubriéndose por completo.

-No, no te conozco. Lo que creo es lo que veo: te enloqueciste desde que tu celular se te cayo al inodoro.

(Escena segunda)

El marido y su mujer, en el cuarto de estar de la casa, fumando en silencio. Pasaron varios días desde lo ocurrido con el celular. Sentados uno frente al otro, mirándose con recelo, hasta que el marido rompió el silencio:

-Laura… (dubitativo) estoy pasando por un momento muy delicado conmigo mismo y sos la única persona que me puede ayudar.

-Te escucho- le contestó ella, tratándolo de entender.

-Hace un tiempo conocí a alguien, así, como por casualidad y sin darme cuenta me fui enamorando de ella, y parece que ella de mi… Ya sé que lo que te digo no es fácil, pero la verdad es, que te necesito tanto a vos como a ella, nunca me fue tan difícil contarte algo, como lo estoy haciendo ahora. Puede ser que no me lo perdones, pero prefiero ser franco con vos, a que no lo sepas nunca. Yo te sigo queriendo como el primer día que nos conocimos, pero parece que con ella hay algo distinto, que no se necesitan las palabras, nuestra relación se dice con la mirada, con caricias, con besos.

Ya sé…  te duele todo esto, como a mí, pero es mejor así, que se sepa todo, como al principio, cuando todavía éramos novios -terminó su frase como habiéndose sacado un peso enorme de encima.

Laura, con los ojos nublados, no pudo seguir escuchándolo, se levantó de su cómodo sillón y con un severo revés en la cara de su marido, dio por finalizada la conversación.

-Creo que veinte años juntos, fueron más que suficientes para conocernos el uno al otro. Podés quedarte con tu amante, porque a mí ya no me necesitás-.

Atormentada, entreviéndose un par de lágrimas deslizándose por sus mejillas, se acercó a la puerta de entrada y abriéndola de par en par,

le pidió al todavía marido, que se retire de la casa para siempre.

-Ya tendrás noticias mías, por medio de mi abogado-.    

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