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Por Daniel Golan

Aviv disfrutaba de los paseos con Pancho, el perro que había adoptado hacía seis meses. Era de raza mixta, del tamaño de un ovejero alemán, color té con leche  y tenía buen carácter. Desde el principio hubo entre ellos una relación simbiótica.

Solían salir después de la cena, pero aquél día, por alguna razón que Aviv no comprendió, Pancho se mostró  impaciente por salir más temprano. Sin discutir, le puso el arnés, enganchó la correa, salieron del departamento y bajaron hasta la planta baja. Vivían en el tercer piso, en un departamento de tres ambientes, más que suficiente para ellos dos, en ese momento Aviv no tenía pareja, tenía treinta y cinco años y no tenía ningún apuro.

Durante la caminata, Pancho se mostró más alerta que de costumbre, como si buscara algo. Siguieron uno de los tantos recorridos habituales sin que Aviv notara nada fuera de lo usual.

De regreso, frente a la puerta, antes que alcanzara a teclear la contraseña para abrirla, sintió que la correa se tensaba hacia atrás y al darse vuelta, vio que Pancho se había vuelto hacia un hombre mayor, con los hombros caídos por el peso de dos bolsas de supermercado repletas y tal vez también por el peso de más de ochenta años, muchos de ellos difíciles. De inmediato, Aviv liberó a Pancho de la correa y le ofreció su ayuda al anciano, que aceptó con una sonrisa.

Al tomar las bolsas de las manos del hombre, vio el número tatuado en el antebrazo izquierdo. Quedó impactado pero trató de disimularlo. Mientras subían al ascensor el anciano se presentó.

-Me llamo Nísim, gracias por la ayuda y gracias a él también- dijo mientras Pancho le lamía la mano.

-Yo soy Aviv- el elevador se detuvo en el primer piso- nunca lo vi antes por aquí.

– Así es en las grandes ciudades, no conocemos ni a nuestros vecinos-.

Se dirigieron hasta el departamento de Nísim, este abrió la puerta y los invitó a pasar

-¿No le importa que Pancho entre con nosotros?- preguntó Aviv.

-En absoluto, puede poner las bolsas sobre la mesa, gracias- y apurándose como para evitar que se fueran- lo puedo invitar a un café.

-Me encantaría- contestó sin poder resistir la invitación.

-No sé que puedo ofrecerle al perro.

-Si le da un poco de agua, Pancho va a estar muy agradecido.

-Tome asiento- le indicó señalando hacia el salón.

Nísim puso la pava eléctrica a calentar y un bol de agua en el suelo para Pancho. Su necesidad de compañía era evidente.

Mientras bebían el café Nísim le narró un extracto de su vida.

Había enviudado hacía siete años. Nunca pudieron tener hijos. Toda su familia había sido exterminada en los campos de concentración. Desde que había enviudado, había quedado totalmente solo.

Como percibiendo la soledad del anciano, Pancho se quedó sentado a su lado mientras éste le acariciaba la cabeza.

Desde ese día se forjó entre ellos una relación muy estrecha. En sus paseos vespertinos, Aviv lo invitaba a que los acompañara, Nísim aceptaba gustoso y también a Pancho lo alegraba su presencia.

Con el transcurso del tiempo el vínculo se había hecho cada vez más familiar, también Pancho se alegraba por  la compañía de Nísim.

Meses más tarde, un sábado por la mañana Pancho se puso como loco, ladraba, lloraba, arañaba la puerta. Aviv lo dejó salir y lo siguió escaleras abajo hasta el primer piso, se detuvo frente a la puerta de Nísim llorando y ladrando, Aviv tocó el timbre con insistencia pero no hubo respuesta. Decidió volver a su departamento para agarrar la llave que Nísim le había dejado para un caso de emergencia. El perro estaba desesperado, Aviv abrió la puerta y ambos se precipitaron directamente al dormitorio.

Nísim yacía inerte en su cama  con una expresión serena en el rostro. El cuerpo todavía estaba tibio. Sin pérdida de tiempo comenzó a practicar reanimación.

En ese preciso instante entraron dos vecinos alertados por el alboroto y de inmediato pidieron una ambulancia. Durante todo este tiempo, Pancho, llorando, no se movía del lado de Nísim.

Cuando llegaron el doctor y los paramédicos, siguieron la reanimación por quince minutos sin resultado, finalmente lo cubrieron con una sábana, Nísim había fallecido.

Dos policías llegaron en ese momento e interrogaron a los presentes, procedimiento de rutina cuando alguien fallece en su domicilio.

El equipo de la ambulancia se llevó el cuerpo de Nísim.  Aviv y Pancho volvieron al departamento desolados.

Al día siguiente en el entierro, solo ellos estuvieron presentes.

Pancho emitía aullidos casi imperceptibles mientras Aviv rezaba el kadish, la oración de duelo.

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