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Por Bella Clara Ventura

Gran pregunta al abordar el tema de las pérdidas. Amerita un ensayo, ensayar de entender la pena ajena como propia. Pretendo hacerlo con este texto, porque la sensibilidad de un autor puede bastar para comprender y aprehender de toda situación, sin haberla padecido en carne propia. La compasión toma su lugar para hablar de sí misma. Tal vez sea una forma de canalizar el dolor o la sensación de vacío que de alguna manera hemos vivenciado todos, como la pérdida prevista de los padres o de la abuela, que por su sabiduría marcó mis días. Lloré esas partidas con lágrimas de dolor extendido. Pensé que se me acababa la existencia al saberlos en otra dimensión, sin la posibilidad de tocarlos o verlos, pero no fue así, logré llenar el vacío con el canto del pájaro, el viento en el rostro, la marea que sube frente los ojos con sus leyendas, el Cantar de los Cantares traído a mis orillas, el amor, la literatura, la música y sus arreboles o la presencia de un Dios que me ayuda a vivir mejor.

Lo que me inquieta es la pérdida de un hijo. Lo experimenté por solidaridad en voz y sentimiento de mi amada amiga, una de las poetas más destacadas de Colombia: Matilde Espinosa. Enterró a sus dos únicos hijos en un mes de diciembre con un año de intervalo, el primero, víctima de un accidente de auto y el segundo recibió una bala por ser periodista y denunciar lo que otros prohíben decir. Ese silencio que esas mal llamadas democracias conocen. Matilde me trasvasó su sufrimiento al captar por medio de su queja lo que significaba ser un “almamocha”, un neologismo que me llegó para definir un estado cuando un hijo muere. El alma queda cercenada por sentir que una parte nuestra se ha ido, algo de nuestra sangre, de nuestra propia creación, una prolongación de nosotros mismos y debemos seguir viviendo con ese destrozo, esa ablación, esa separación, ese vacío interior, ese inquebrantable quejido del alma. Un duelo en permanencia que no cesa de mortificar. Definirlo es imposible, como tampoco es factible que yo sienta al 100% el dolor de mi maestra y mi aliada de palabras, pero no me cabe la mínima duda, que gracias a ella y su oda a sus hijos me develó lo que personifica su verso “nunca el color tuvo mayor tristeza”. La insondable pena que talla a un huérfano de hijo o de hija, como la Academia de la Lengua les suele nombrar, debe ser un constante volcán en erupción. Acojo el vocablo “almamocha”, que encierra la imagen del sentir que si bien, por fortuna, no he vivido, sé que por aproximación lo asimilo al incesante tormento, que madre o padre deben asumir, aunque sea a costa del desgarramiento, que los confunde y tortura sin tregua. Prefieren sentir la pena que la nada. Yo no sé si en caso tal para mí sería mejor la nada que la pena. Hay que estar frente a esa realidad para definir que nos ocupará, pero indudablemente mi amor por la vida me indica que a veces más vale la pena que la nada. Matilde con su poesía me entregó el secreto de que el destino puede exorcizarse por medio de un crecimiento interior. Brinda luces sobre la vida, la humildad y la aceptación. Dista de la nada. Se funde con el permanecer, el padecer, y el vivir en ahogo con anhelos de superar el dolor bajo el soplo divino que nos alienta. La vida nos puede muchas veces. Por ende, la sentencia de William Faulkner en «Las palmeras salvajes»: «entre la pena y la nada, elijo la pena. Y… quizá en un acto de amor a sí mismo, a la vida y de resiliencia uno aprende a mermarle la tristeza al color y al negro pintarle una milagrosa sonrisa.

Acerca del Autor

Bella Clara Ventura

De padre sudafricano y madre mexicana, Bella Clara nació en el mes de las cometas en Bogotá-Colombia. Con sus poesías y novelas traducidas a diversos idiomas ha conquistado a críticos, escritores e intelectuales, mereciendo múltiples premios y reconocimientos por su carisma y su talento como escritora. Incluida en antologías y colaboradora de varios libros de cuentos ha participado en numerosos encuentros literarios en USA, Suecia, Francia, México, Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Ecuador, España, Puerto Rico, México, India, Hungría y Taiwán, entre otros. En 2008 fue elegida como una de las 50 mujeres más importantes de la cultura en Colombia, por la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Recibe el Doctorado Honoris Causa de la World Academy of Culture and Arts (USA-2011). En el año 2019 obtuvo un premio por su poema sobre la compasión en Bhubaneswar– India y en diciembre 2021 es reconocida por el Comité Ejecutivo de Peace-Pax como su embajadora, por su obra literaria dedicada a la promoción de la paz en el mundo.Vive actualmente en Israel.
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