
En una noche de verano de calor tórrido, sucedió lo que hubiera podido ser una escena de película, por parecer distante de toda imaginación. Además, la temperatura propicia lo que no hubiese sido igual en época de invierno, cuando el frío invita también al hielo de los espíritus. En tiempos de rayos solares se dispara la fantasía y hasta el buen humor. Sabido es que el clima ejerce influencia en el ánimo y hasta en el carácter de las personas según su localización. Teoría manejada por Montesquieu en el siglo XVIII con el análisis sobre la repercusión meteorológica en los individuos, sin tener como elementos la certeza de la ciencia sino de la observación, que tanto sirvió para el desarrollo de las hipótesis filosóficas. De seguro, su mente crítica e investigativa lo condujo a dichas conclusiones. Confirmadas como innegables con los adelantos de las investigaciones tanto humanas como científicas. Coinciden en varios puntos luego de demostraciones que las verifican. En el caso de Eva Buendía y su marido Arturo, “corazón de pájaro”, como lo solía llamar cariñosamente su mujer, por haber descubierto durante el primer año de estudio de veterinaria, que al poco tiempo abandonaría por la búsqueda del arte como forma de expresión, una verdad: que el pájaro es el ser viviente que tiene el mayor corazón con relación a su tamaño. Según parece es puro corazón, como lo era el esposo de Eva. En pareja habían logrado un entendimiento fuera de lo común, en tiempos cuando los divorcios están en multiplicación.
Esa especial noche quiso Eva festejarle el cumpleaños a su modo. Convivían desde hacía cincuenta años en armonía. Descubrieron la fórmula para el éxito, al complacerse mutuamente en lo posible. Por ello, tenían de todo ya en sus extensos años de vida en común. Evitaban invadirse los espacios bajo el respeto y tolerancia que amerita toda relación. Lograron la receta mágica: hacer al antojo de cada uno sin herir al otro con base a valores y principios adquiridos en una educación sólida y solidaria. Repercutía en todo. Como en aquella noche de verano cuando la fiesta de los sentidos se hizo realidad con sus atrevidas manifestaciones. Se dieron cita para el amor luego de una cena en familia con la presencia de hijos y nietos en un restaurante, donde se soplaron las velitas de los 75 años de existencia de Arturo. Hubo jolgorio y gratitud por sus largos y excelentes años de vida. La noche sería para ellos. La excitación, la invitada de honor, mientras Eva con su gracia habitual se desvistió en una habitación contigua. Quedó en traje de Eva, con su belleza bien cuidada. Arribó a la recamara conyugal preparada para la ocasión con velas encendidas y una música de Strauss para valsar los movimientos que los esperaban. Despojada de toda vestimenta con corona de flores en la cabeza, un gran moño azul cielo pegado al pubis y una bomba de colores en mano para el festejo llegó a las orillas de Arturo con meneo de cadera y coro del vals. Sería su regalo. La sorpresa en el rostro de Arturo pronto se transformó en la risa de ambos. Fueron estruendosas carcajadas que hasta hoy en el recuerdo se estrenan con la misma intensidad.