Por Daphna Kedar

Soy la judía errante.
Todas son mías y, aún, ninguna, mi amor es efímero, rodante, redundante.
Torno hoy hacia la ciudad oriental, rastreo sus mercados, ansío las voces altas y crispadas de sus fuertes varones, a los que todavía no llegó el mensaje posmoderno del transgénero.
Ahora, hacia la ciudad centro-europea de mis ancestros, donde las raíces de la cultura de Ashkenaz aún podrían percibirse, enterradas bajo el polvo de los abismos del terror.  Ciudades de cultura y avenidas elegantes, susurrantes y orgullosas, desdeñosas, a las que hay que cortejar como`damas que son, que una vez abren sus brazos, derrochan secretos y bellezas sinfín.
Ahora, hacia las ciudades de aquél mar enclaustrado, inter-terráneo, de paredes pálidas de calbañadas por las olas del mar común que une a Sefarad con Yerushalaim, Jerusalén, ciudad santa, sede dorada, centro de plegarias mil, a la que dicen Ombligo del Mundo, lugar de rogativas y dolor, Elena jerosolimitana de cobre muralla.
Soy amante caprichoso, caballero andante, mujeriego sinvergüenza, todas son mías, y a la par… ninguna.

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