Joyce se masturba suavemente, ya sin aquel frenesí puesto en su lejano
ayer de confusiones y barullos interiores, sino como quien trata de
encontrar en esa caricia, el recuerdo de esa pasión del pasado sin olvido.
Su forma otrora de hallar consuelo en momentos de adversidad o de malestar.
Quería, a título experimental, volver a la sensación perdida durante años:
averiguar si el efecto producido en su juventud guardaba la misma vigencia:
el poder percibir aquella antigua exaltación, que de cierto modo la reconciliaba
con la vida. Inquieta como era, quiso de nuevo verificar si lo sentido en aquel
momento era tan agudo como en su acaecido de fastidios y búsquedas.
Los percibidos y sentidos por todo adolescente que se respete durante su proceso
de desarrollo y de íntimo cuestionamiento.
De repente, descubre de reojo los cuadros de sus padres colgados al costado de la
cama, ya en Tierra Santa.
-Cómo les hubiera gustado ser enterrados en Israel – piensa rápidamente.
Trata de disimular su acción al dibujarles una mueca imaginaria de aprobación.
La lleva a disertar mentalmente: es el sueño de muchos judíos, pero rara vez logrado
por los que viven en la diáspora, debido a las circunstancias de manejo y costos.
Imposibilita la acción de retorno a la Tierra Prometida.
La imagen pictórica de cada uno de sus progenitores muestra la reproducción fiel
del padre y otra de la madre encima de la del padre. Presencias que la hacen interrumpir
de inmediato la acción de la caricia íntima; no sin cierta vergüenza por el trance frente a
las dos representaciones. De inmediato, se adentra en otra reflexión.
Acomoda sus piernas de manera más decente, sin exponer el pubis al desnudo ante la vista
de la imagen de sus progenitores, como sin proponérselo lo tenía.
Gracias por tomarme en cuenta y muy feliz de hacer parte de esta colmena que lleva tantas mieles en sus letras. Abrazotes.