El cuento me impresionó, no sé si por lo cierto o por cavilar que no es el único muchacho que puede asistir a una fiesta de sangre de su propia madre. Roberto, con su pluma, me acercó un relato que me puso los pelos de punta y más cuando con voz quebrada leyó el contenido que iba in crescendo. Ya no recuerdo el título, sólo revivo el impacto causado por una historia, que parece salida del manual de lo imposible. Ver a un padre que asesina a su esposa, sin detenerme en los motivos de tal acto, tampoco los describió, me quedo con la reacción del muchacho, quien pierde a su madre en manos de un padre. Víctima tal vez de una locura momentánea o de celos, no sé que inventar. Al perder el control ni siquiera piensa en las consecuencias ni en el daño causado a ese hijo, ya huérfano tanto de madre como de sentimientos.
Lo imagino noche y día rumiando la venganza. Soñando que estrangula a su progenitor. Y que en sus noches ya no de pesadilla sino de revancha, se ingenia la manera de desaparecer a su propio padre, ya sea con la guillotina, con un fusil, o simplemente con una pócima de veneno. También en recurrentes sueños lo veo capaz de cortarlo en pedacitos y mandarles esa carne a los perros hambrientos con todas sus vísceras. Visualizo al pobre Roberto, despertar en un sudor de espanto al sentir lo que pudo cometer en sueños. Y se le torna un deseo obsesivo, donde piensa reparar el homicidio de aquella que le dio la vida a su acomodo e imaginación. Fantasías que lo habitan. Se ve frente a un tablero de ajedrez donde el rey mata a la reina. Luego cambia la jugada y es la reina quien le hace jaque y mate al rey. Durante años lo persigue el desgarramiento que lo conduce a idearse otras y renovadas formas de venganza, a pesar de ver que ya la justicia hizo lo suyo al dejarlo tras las rejas durante años. Pero no le bastó a Roberto, pensar que las leyes ya habían cumplido con el castigo. Con sus propias manos estrangula a su padre cada vez que abraza a Morfeo con aquel afán de inhabilitar al asesino, al que jamás pudo ver de otra manera aún con tantas muertes causadas y vengadas en sueños. La último ideado fue cortarle las huevas para dejarlo sin potencia alguna y así ver a su madre desagraviada. Pero, nunca tantas muertes y de formas tan diversas fueron suficientes para saciar su sed y hambre de justicia. Su pena ceñida al sentimiento de venganza lo carcomía en todo momento. Tan repetido fue su sueño de reivindicar a su madre, que sólo en manos de un amigo psiquiatra pudo exorcizar su padecimiento.
-Te invito a que lo sigas matando hasta el cansancio- fue la recomendación del tratante.
-Pero, me siento pésimo al despertar con tantas muertes en la conciencia.
-Piensa en lo mal que lo está pasando tu padre en la cárcel.
-Ese hijuepueta se merece que lo maten.
-Así no sufriría tanto.
-Tienes, razón Pablo, debe cargar un fardo enorme sobre todo al ver que jamás fui a visitarlo. Lo condené y aunque lastimosamente mi actitud no me devolvió a mamá, puede tratar de desquitarme con el desprecio, que siempre he percibido por ese individuo que ya no califica de padre sino de monstruo.
-Pero, querido Roberto, así como te recomiendo que lo mates de todos los modos posibles en sueños o en divagaciones, también te aconsejo que en algún momento si bien no lo puedes perdonar, trates de entender los móviles del crimen y buscar algún tipo de consuelo.
-Che, Pablo, ¡qué alivio puedo tener!
Y Roberto cada vez que se plantea la posibilidad de un olvido rompe en llanto. -¿Acaso puedo traicionar a mi madre?
-Roberto, no lo hago por tu padre. Debe cosechar todo tipo de condenas, si no por ti que te permites vivir con tanto odio.
-Y cómo no despreciar a un pusilánime como él. Me arrebató lo más preciado que tenía a una edad cuando tanto la necesitaba.
-El problema está muy presente y lo estará siempre, pero lo importante es cómo resuelves tu conflicto para no vivir con tanto peso en tu pecho. Eres tú quien te ahogas en tus propias emociones.
Nuevamente Roberto anhela descuartizar a su padre. Lo hace mentalmente, pero aún así no halla respuesta a su congoja. De ninguna manera encuentra desahogo por la pérdida. Demasiado tormento lo acompaña en todo momento sin dejarlo respirar. Hasta el día que entiende, cuando ya tiene a sus propios hijos, que la cadena del rencor no puede continuar. Saca a su “enemigo” de la prisión años después sin poder mirarlo a los ojos. Un silencio espectral los cobija a ambos. Sobran las palabras y un gélido abrazo sella la represalia.