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Por Bertha Linker

Alejandra es la hija menor de los dos hermanos de la familia Torrealba. Recuerdo cuando llegaron al edificio, siendo Alejandra muy chica. Les puse el apodo de «La familia Corazón» porque parecían los muñecos que en ese momento estaban promocionando de la Barbie, que era mamá Barbie, el papá y dos nenes, el niño y la niña. Para el señor Torrealba comprar ese departamento era otro trofeo en su carrera de superación: pasar de un departamento mínimo a uno de más de 120 metros.

Desde el primer momento, la señora Torrealba se dedicó a decorarlo cuidando de cada detalle de una manera exquisita. Para el rincón que comunicaba el salón con el balcón tenía un proyecto más ambicioso: colocar una fuente de agua decorativa. Por problemas técnicos o de presupuesto el proyecto se fue postergando y «mientras tanto» colocó en el rincón una jardinera.

El rincón formaba un ángulo de 90 grados: uno de los vértices era pared y el otro un vidrio amarillo texturizado. A Alejandra le gustaba apoyar la cara sobre el vidrio amarillo opaco e imaginarse un universo desconocido con el juego que se hacía entre las luces externas y la textura del vidrio. Un par de años después, cuando Alejandra entraba a la cocina a la noche para tomar un vaso de agua, le daba un pánico terrible mirar hacia el rincón, tenía el presentimiento que -amparado por la oscuridad- había allí escondido algún ladrón o monstruo que saltaría para atraparla.

La imaginación de la niña fue desplazada por sus travesuras. La señora Torrealba decidió que poner una mesita con el teléfono fijo al lado de la jardinera era lo ideal para mantener sus largas charlas telefónicas. Alejandra, con su amiga con la que siempre se reunía después de la escuela, usaban ese teléfono para a llamar a números aleatorios que buscaban en la guía para hacer bromas a quien contestase del otro lado de la línea y doblarse juntas de la risa.

Con el pasar de los años, las dos chicas se sentaban en el mismo sitio, pero esta vez llamaban a las emisoras de radio para pedir las canciones que más les gustaban, se quedaban al lado del teléfono para grabarla en un casete apenas la canción empezara a sonar.

La mesita del teléfono la cambiaron por un mueble más grande, y en él ubicaron un equipo de sonido y los discos. Alejandra ahora hizo del rincón su lugar para aislarse, ya adolescente, se sentaba allí a pensar en sus decepciones amorosas o en sus amores platónicos. Allí con el fondo musical y las hormonas a millón, aprovechaba para descubrir su cuerpo y sensaciones distintas.

Ya convertida en una jovencita, Alejandra empezó a estudiar en la universidad. Su rutina diaria era llegar a la casa, almorzar y acostarse a dormir la siesta -que a veces se prolongaba hasta la seis de la tarde- pero después se quedaba despierta durante la noche y estudiaba sin molestar a nadie, en el sitio más retirado del departamento, es decir, el rincón. Antes de terminar sus estudios en la facultad, Alejandra tenía claro que el siguiente paso era hacer un posgrado fuera del país. Se recibió y después de muchas celebraciones, desde la mesita con el teléfono en el rincón, donde planeó tantas salidas y fiestas con los amigos, contestaba ahogada en lágrimas las llamadas de esos mismos amigos y seres queridos, que llamaban para despedirse antes de que ella partiese a su nuevo e incierto destino.

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