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Por José Charbit

Como todos los días al mediodía, después de la hora de comer, se reunían algunos enfermos, por lo general hombres, a resolver los problemas del mundo, cuestiones nacionales e internacionales. 

El que dominaba la situación era un tal Yitzhak, ayudado por su cuidador, que no lo abandonaba casi nunca. Sentado en su silla de ruedas, daba cátedras de política, el conocía sobre todo lo que ocurría en el ámbito del gobierno, tanto en la esfera del Primer Ministro, como también sus allegados más próximos, era de esos que sin saber porque, decidía que clase de orientación debería tener, por que no le consultaban a él, justamente, con todo su conocimiento, si Irán debería ser destruida de cuajo, sin siquiera pestañear, o si Siria tendría que anexarse a Israel y dominarla por completo junto a Putin.

Cuando alguien intentaba dar su opinión, Yitzhak, lo rebatía sin ninguna duda, estando ciento por ciento seguro que lo que él decía era inamovible, exactamente en ese momento en que los nervios comenzaban a aflorar, la discusión se acaloraba y los demás pacientes, ya impacientes, explotaban en gritos, algunos otros tratando de calmar la atmosfera sobrepasada y más de una vez debió intervenir el personal de seguridad para calmar un poco los ánimos.

Dos veces por semana llegaban dos músicos jóvenes, con una guitarra y un violín, tocando todo tipo de música, desde oriental a pasodoble, clásico o serenata, lo importante era entretenerlos y que canten con ellos los internados, lo más lindo era verlos disfrutar y a los músicos, dando tanto a cambio del placer de ver una sonrisa en sus labios.

Entre cantos y discusiones, iban pasando el rato, hasta la hora de la cena, donde otra vez, volvía a comenzar el parlamento, pero ahora era Abraham el que llevaba la batuta, le encantaba hablar y recordar sus épocas de joven, que no había una chica que se le resistiera, a pesar que no todos le creían, algunos le hacían morder el anzuelo para que siguiera hablando hasta el cansancio, y poder irse a dormir un poco excitados con sus anécdotas un poco subidas de tono, y a veces hasta el límite de lo permisible.

Cuando alguna de las pacientes intervenía, el machismo se hacía notar y de alguna forma le hacían entender que su lugar no era ese, pero no era así cuando aparecía una de las enfermeras o médicas, el lugar del machismo se reducía a una simple caricatura. Y muchas veces se encontraban actuando como niños pequeños, dependiendo de lo que las profesionales les decían u ordenaban que hagan, especialmente cuando les traían su medicamento desagradable.

Cuando llegaba Purim, el carnaval judío, hasta los pacientes se disfrazaban junto a sus familiares y amigos, era la fiesta de todos, pues ni sillas de ruedas, ni camas ortopédicas impedían que la fiesta siguiera, muchos músicos, con guitarras, violines y acordeones, junto al piano permanente en la sala del comedor, tocaban y disfrutaban junto a los enfermos lisiados, los payasos, magos, voluntarios de obras de caridad, ayudaban a que el evento sea tan feliz como prometía, la comida y bebida, derrochaba por todas partes.

Salvo al otro día, cuando despertaban de su anterior noche se daban cuenta que tal vez su suerte estaba echada con respecto a su futuro y deberían esforzarse mucho para salir adelante con ayuda del equipo médico y algunos de verdad lo lograban, aunque no todos. 

La rehabilitación, es solo para los que de verdad tienen la fuerza necesaria de hacerse cargo de sus vidas y salir adelante.  Los demás serán parte de la historia del Centro de rehabilitación, que muchas veces lo intentan, pero no siempre lo logran.

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