¡Qué maravilla las olas rugientes del invierno! Y no hay como ver el mar en tormenta, bajo la lluvia y los relámpagos, para calmar el volcán que llevo dentro. El frío muerde la carne, los huesos, penetra a través de la arena mojada. La piel tiembla en fracasado intento de calor. Demasiado dolor y pena, no aguanto el desprecio de mi padre, la indiferencia de mi madre. No soy lo que esperaban, lo lamento. Pero aunque adolescente no soy tonto, ni un tacho de basura: lo pagarán con dolor. Cuando ustedes encuentren esta nota, quizás ya me habrán encontrado acurrucado en la playa, azulado. Lo he planificado y practicado: el frío insensibiliza, adormece, calma las heridas del despecho y el reproche sin fin.
Dirán “hipotermia”. Pero no, no es el frío de esta noche invernal lo que me ha matado, sino el frío de sus corazones.
(u)
Como un puñal clavado en el alma…