Por Ricardo Lapin

¡Qué maravilla las olas rugientes del invierno! Y no hay como ver el mar en tormenta, bajo la lluvia y los relámpagos, para calmar el volcán que llevo dentro. El frío muerde la carne, los huesos, penetra a través de la arena mojada. La piel tiembla en fracasado intento de calor. Demasiado dolor y pena, no aguanto el desprecio de mi padre, la indiferencia de mi madre. No soy lo que esperaban, lo lamento. Pero aunque adolescente no soy tonto, ni un tacho de basura: lo pagarán con dolor. Cuando ustedes encuentren esta nota, quizás ya me habrán encontrado acurrucado en la playa, azulado. Lo he planificado y practicado: el frío insensibiliza, adormece, calma las heridas del despecho y el reproche sin fin.

Dirán “hipotermia”. Pero no, no es el frío de esta noche invernal lo que me ha matado, sino el frío de sus corazones.

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