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Por Abel Katz

Soy un empleado de limpieza del centro Jefferson’s Monticello en Charlottesville, Virginia.

El 5 de julio, un día después de la ceremonia de naturalización en donde el orador fue mi paisano Roberto Goizueta, encontré esta nota en el bote de basura:

“Es un honor inmerecido permitirme hablar ante ustedes. Sé que esta frase es un cliché, pero temo que al terminar, estarán de acuerdo conmigo.

Todos saben que comencé trabajando como ingeniero en Coca Cola en La Habana y llegué a ser el Director General de la compañía. Logré el sueño americano, pero les quiero confesar que eso no basta.

Todos creen que mi error más grande fue desarrollar la New Coke.

Todos creen que lo que me está matando es el cáncer.

Pero están equivocados:  mi error más grande fue duplicar las ganancias de la compañía al dejar de recolectar un millón de botellas de vidrio vacías al día, que se sustituyeron por botellas reciclables de PET, cuando sabía que solo se reciclarían parcialmente y que la mayoría de las botellas acabarían en los campos y en los mares. No transgredí ninguna ley humana, pero como católico, siento una culpa que no me deja vivir. Es eso lo que me está matando.

Ahora que se han convertido en ciudadanos americanos, les deseo que cuando lleguen a ser ancianos puedan sentarse a mirar la naturaleza con la conciencia tranquila y terminen sus días sabiendo, que pusieron un granito de arena para construir un mundo mejor”.

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