Nací en el trópico, allá el frio y los cambios de temporada son eventos totalmente desconocidos.
Llegué a Israel en enero y conocí a mis primeras amigas argentinas, ellas si sabían de temporadas y me enseñaron a vestirme para el invierno «por capas» como una cebolla.
Yael, de Buenos Aires, me dijo fíjate, nosotros no venimos de un país tropical pero llegamos a Israel después de estar con el calor veraniego de Buenos Aires… ¿Verano en enero? Ese fue mi segundo descubrimiento climático: que las temporadas en el cono sur son contrarias a las tradicionales imágenes de Santa Klaus en diciembre.
Después conocí a Tommy, de Rumania.
El siempre refunfuñaba con la histeria colectiva que se desataba en Jerusalén si anunciaban que iba a nevar: en Rumania vas a la escuela con nieve hasta las rodillas y ruegas que no te caiga en la cabeza la nieve que se acumuló en algún techo. Moshe, el conserje de la residencia, oyó a Tommy y le dijo: no es histeria, es trauma, tú porque no sabes lo que pasó en Jerusalén en la Nevada del 67…