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Por Ricardo Lapin

No me olvido, como podría/ El viernes segunda fiesta de Sucot, yendo a almorzar a lo de mi hijo mayor, se cumplió medio siglo/ Seis de octubre,  a las 14 horas, volvieron las grabaciones de la catástrofe/ como un presagio maligno: “Sir basar, Sir basar” (olla de carne) – “Jamsim kaved, jamsim kaved” (Siroco pesado)  Los códigos para unidades de combate, presentarse de inmediato/ 

Fiesta, viernes, encuentro ameno y rica comida/ Por la noche, reunión de los primos Lapines en Modiin, la tradicional cena con pizzas en la Sucá/ con hijos y nietos, ya unas 20 personas/ alguien me recordó que yo fui el primero en llegar de los cinco primos, y Lara con pasaje para venir en dos semanas, luego de recibirse de arquitecta/ Brindamos por otra prima entre nosotros, en el país/ 

Y me fui temprano porque quedamos con amigos para el sábado en casa: empanadas caseras, chorizos y un buen vino tinto/ El sábado llegó con sirenas por la mañana/ correr a las escaleras, la vecina rusa cerrando su batón mientras trata de controlar el stress que las sirenas le producen. Charla coloquial, que carajos es esto de despertarnos el sábado de Simjá Torá/ Buscar información en noticieros, mucho caos, mucho pánico: ataque en el sur por la franja de Gaza/ Cientos de terroristas entraron -¿cómo mierda?- Atacan los kibutzim, las ciudades de Sderot, de Ofaquim/ 

No puede ser, es una pesadilla… ¿dónde está la fuerza aérea, los tanques, las divisiones de infantería?/Llamar a mi suegra Mati en el kibutz Najal Oz: pidieron que se encierren en los cuartos blindados, todo en orden/ Adrián desde Mefalsim nos escribe que están encerrados sin electricidad, y que terroristas entraron en su kibutz, se oyen tiros, bombazos y gritos/ ¡Qué es esta pesadilla maldita, que se termine de una vez!/ Creemos que es una segunda guerra de Yom Kippur, quedamos aferrados al televisor, pero a medida que llegan informaciones y noticias, esto toma olor distinto: nos están conquistando aldeas y ciudades/ El ánimo baja a cero por el mazazo, llegan informaciones confusas, todas catastróficas: jóvenes de un festival masacrados, capturan rehenes, degüellan familias maniatadas, bebés y niños torturados, vejados y ejecutados/ No, no es 1973, yo reconozco ese tufillo infame: es el Holocausto, es mi madre huyendo de niña en la nieve, perseguida por perros y Waffen SS, por cazas Messerschmitt ametrallando caravanas de refugiados y fugitivos, escondida en sótanos o con mi abuela acostada sobre ella y su hermana Zlate, en medio de un bombardeo aéreo/ Es ella adulta confesando en el filo de la demencia que sufrió abuso sexual/ Comienzan a circular fotos y vídeos de los secuestros, de las vejaciones y torturas, de los rehenes abusados/ 

¡Fuimos traicionados…fueron traicionados y abandonados! / Mati sigue encerrada y bien; varias horas después, combatientes reservistas con armas en sus casas se organizaron en grupos de camaradas y bajaron al sur a combatir, a ayudar, a salvar civiles, ya que la nación no existe, ciega, sorda y muda/ Angustia atroz, paralizante, como un veneno que avanza por el cuerpo espeso e implacable/ que deja paso al odio feroz, a un enojo volcánico, y horas después, ya comienzan las iniciativas personales y civiles frente a un gobierno inoperante: somos nación nacida a la sombra del Holocausto, somos un ADN de traumas y postraumas constantes, hilvanados como una red de cicatrices/ Operativo tras operativo, guerra tras guerra, atentado tras atentado/ muertos civiles y militares/ y allí lejos, como humo que el viento esfuma, unos intentos de paz, de convivencia, de ingenuidad/ Faivush el lituano me lo dijo “Ricardo, no se puede hacer una guerra con estos enemigos pensando que estamos luchando contra escandinavos”

No me olvido de Subji del campamento de refugiados de Jabalya y de su compadre Rafik del campamento de Shati en Gaza, que vivían durante la semana en el kibutz, y volvían a sus casas cada weekend/ no olvido que nos construían las casas y eran casi miembros: preparaban falafel para todo el kibutz, recibían donaciones de los miembros cuando sus casas eran afectadas por el conflicto/ Recuerdo comprar mi primer mueble ya liberado del servicio en la ciudad de Gaza, unas estanterías de bambú y mimbre en la avenida Al-Nasser/ y no olvido los lupines en agua salada de Beit Lahía, o el mejor ful medames de toda Gaza a la vuelta del edificio de la gobernación militar/ y no olvido esas playas bellísimas, de blanca arena y pescadores remendando sus redes/ y no olvido que volvimos con cinco muertos del servicio de reservas en plenas tratativas de paz en 1994 en Netzarim/ o aquel yihadista que nos comenzó a charlar en español a Caniche y a mí, confesándonos que habría atentados proximamente en España por sus desfachatez de haber convertido mezquitas en iglesias hace 500 años, en pleno zoco de Jabalya/ y mataron a Rabin y el sueño comenzó a morir con él.

Mis hijos recibieron llamados de emergencia, el siempre temido Tzav 8. También yo lo recibí en el kibutz, en 1982/ Entonces fue el Líbano, ahora Gaza, maldito lugar / Luego de una semana de comer vidrios molidos y aferrarnos a clavos ardientes, se tiene una dimensión del desastre/ el gobierno, sarta de impotentes e inoperantes, brilla por su ausencia. 

Mi suegra fue recatada tras 20 horas de encierro y mucha suerte / Una heroína en sus 83 años, quien lo hubiera pensado. Vecinas y vecinos de sus edades similares no tuvieron su suerte / Viajamos al sur a pedido de Michael, que anuncia que están a punto de tomar posiciones alrededor de la Franja, llevando ropa limpia, torta y alfajores, y algunas herramientas que en toda guerra hacen las cosas más llevaderas y seguras / La ruta 6 es un hervidero de camiones y semi-trailers con tanques y semiorugas, de camionetas con equipo y gente furiosa con deseos de entrar a Gaza/ 

En Beit Qamá la estación de servicio es un hervidero de gentes: uniformados, civiles / religiosos que ofrecen tefilim y fotos del Rebe de Lubavich / Llegamos al fin a la base que es un ordenado caos de gente, soldados, familiares y novias, reservistas, autos con banderas drusas, israelíes, de Jabad, perros y gente que reparte agua, gaseosas, shakshuka / Encontramos a Michael que recibe un par de horas para charlar y despedirse. Su primera guerra, carajo. Hace dos meses se liberó de servicio/ Te deseo lo mejor, la protección, la suerte, la supervivencia/ Recuerdo en 1982 que cada uno se aferraba, en la diabólica incertidumbre, a algun amuleto, a rezar salmos, a escribir el nombre de la novia en un brazo, a poner una foto querida en el bolsillo izquierdo de la camisa, junto al corazón/ 

Participé con mi suegra en su Birkat Hagomel pero no pido cosas a Dios, es como pedirlas al gobierno/ Confío en ti y en tus compañeros: vayan en paz y regresen sanos y salvos/ Es la hora del heroísmo y los milagros.

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