Fue sorpresivo.
Fue furtivo,
circunstancialmente corto.
Fue intensamente
vívido,
contra designios y planes
lo decidió el destino.
Sin golpes de puerta,
encuentro ido,
ansiedad y charla,
sangre de vino.
Noche levantina,
de humedad, calor y ruido.
Sucedió en un
café repleto, gente joven,
charlas, risas,
y un escalofrío.
Desde la barra, solitario,
un par de ojos fijos.
Ella lo percibió de golpe,
el impacto,
el navajazo de su mirada.
Y luego descubrió su sonrisa
Y le correspondió, sentada.
Sintió un rubor, un crepitar
interno, pero mantuvo la vista,
empecinada.
Sintió el tic-tac de la sangre,
se supo febril, casi
enamorada.
Mirada y sonrisa
se aproximaron:
presentación cordial,
los ojos chispearon.
El la invitó a caminar,
ella luego a su casa.
Sin cesar la charla,
subieron oscuras escaleras
hasta su pieza
en la terraza:
titilar de cielo estrellado
y de un cartel de neón
en un costado.
Un cuarto cálido y aún caliente,
calor del día pasado.
Se hablaban y se miraban
a distancia de un paso.
De pronto él le acarició la cara,
como al acaso.
Del diálogo al abrazo
y de la charla al diálogo
por otros remansos.
Noche de verano,
entre humedad y silencio
se desnudaron.
El neón alumbraba
cuerpos rojizos
y azulados.
En la penumbra el frenesí,
los gemidos
y una ansiedad de urgencias,
de golpe de viento, de tormenta
que crece y se derrama
cual volcán, en efervescencia.
Entre las sombras
sólidos libros,
mudos testigos,
ropa caída sobre la alfombra,
y una lejana luna
que no se asombra.
Sentirse sentir,
sentir sentido.
Oleadas de espasmos
incontenidos.
Afuera noche
adentro río
que desemboca,
río tranquilo.
Entre las penumbras
resplandores rojizos,
pieles felinas y
húmedo rocío.
Entre las penumbras,
Noche de estío,
se ahogaron dos gritos.
Fue intensamente corto,
casi escondido.
Fue casual,
fue carnal, el destino.