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La alegría del otro me perturba cuando enfrenta mi tristeza.
O cuando su felicidad se acerca a mi desdicha.
O cuando comparo su profusa escritura con mis tres renglones o con la aridez de mi hoja en blanco.
Es la suerte del verano caliente que no tiene que enfrentarse al invierno porque no se queda a confrontarlo, sigue su camino y le deja un espacio vacío sin memoria ni envidia.
Pero mi piel recuerda y añora al verano caliente cuando la escarcha del invierno se aglomera sobre ella.