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Por Claudia Wohl

Veo al niño japonés afectado por radiaciones. Un soldado norteamericano quiso dejar testimonio. Se dedicó a fotografiar niños huérfanos que deambulaban hambrientos y sin rumbo. La foto es de octubre de 1945.

El niño está parado frente al sitio de cremación pública. Atado firmemente a su espalda, su hermanito bebé ya muerto.

En cuanto a la guerra y la nada, me quedo con la nada.

Esto vale también para el niño polaco judío que levanta las manos frente a una ametralladora nazi.

Y para una niña ucraniana que se aferra en despedida a los brazos de su padre que quizás no pueda abrazar nunca más.

Y los niños palestinos que mueren bajo los misiles de odio de sus propios padres, tíos, parientes.

La mirada desesperada de unas madres en Somalia que no tienen qué dar de comer a sus hijos.

Sí, definitivamente, me quedo con el NO rotundo a las guerras. Y ante las penas que éstas producen, elijo la nada.

Aunque… si prescindo por un momento del Weltschmerz y pienso en lo personal: el amor. Entonces elijo la pena de los agridulces recuerdos que sueño, dormida y despierta, que me alegran el corazón susurrándome que este amor eterno, aún vivo, que no pudo ni puede ser, se antepone definitivamente a la nada…

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