Llegué al banco de la plaza como todos los días a la misma hora, después de haber comprado el diario en el quiosco de la esquina que solía abrir siempre temprano. Cuando se repartían los diarios para la venta y mientras leía las noticias, solía perder la paciencia ante alguien que esperaba.
La vi pasar por la antigua plaza, en el sendero serpenteante de viejas piedras algo deformadas por el tiempo, entre hojas amarillas, desparramadas como un abanico y otras que parecian desbordar el sendero, con cierta pálida tristeza por el otoño que se avecinaba.
No era muy alta ni tampoco baja, algo delgada y se contorneaba al caminar, como si comenzara una danza.
Calzaba zapatos de taco alto, que prestaban cierta elegancia a su andar altivo.
Me miró como si me conociera de otras veces, ya que no era la primera vez que la veía pasar, camino a su empleo en el banco central, donde trabajaba como cajera. Una cartera en su hombro derecho de breves tiras algo gastadas, formaba parte de su vestimenta.
Ella no sabía quién era yo y que conocía a su padre de años pasados, cuando había apurado varias copas de vino tinto y embriagado me habia contado un oscuro secreto, que me impactó para siempre, pues había leido hechos similares en los diarios.
No sabía si era compasión lo que sentía por esa muchacha o qué diablos encerraba mi mente respecto de ella. Lo cierto era que había puesto suma atención en su vida y eso hasta me había molestado en cierto momento, sin entender precisamente porque me atormentaba, hasta que supe que un trauma es algo que se lleva con uno como una sombra a todas partes, si no se lo trata.
No conocía su nombre y ella tampoco sabía que yo había sido amigo de su padre y que un día me habia revelado un »oscuro secreto», alejando a su hija para siempre de su vida.
Era ese diálogo interno o esa vocesita que me acompañaba, acondicionando mi mundo y creando aparentemente una nueva realidad, haciendo que crea o aprenda a detectar lo que me había propuesto: aprender a conocer el problema del otro como un intento de interactuar y llenar ese lugar que me volvía dependiente de mi mismo y hasta me hacía perder la alegría de mis días.