(Cuatro meses tras la masacre del 7 de octubre en Israel)
La tierra prometida ha quedado des-velada,
el velo de Canaán se le ha caído,
ha quedado sola y desnuda ante el falaz engaño,
Un ¡hoax! no más.
Otra mentira de omnipotentes farsantes
que barajan probabilidades de teoría de juegos,
embustes y anzuelos de oro,
lanzados para pescar a ese pueblo de incrédulos,
de adúlteros, de ingenuos, atraídos por promesas,
por tablas de ley talladas en piedra, libros deuterónimos,
innovaciones y nuevas teorías de fe,
amenazas, razonamientos, fanfarronería,
elogios, seducciones, adulaciones y embaucos,
Palabras persuasivas de lisonjeros todopoderosos,
falaces, tramposos, y más que nada, ¡de embusteros!
¿Pueblo electo dijiste?
¿Dónde nuestros hijos e hijas, atormentados y sacrificados por Ismael?,
¿Dónde las promesas y visiones de leche y miel?
Más bien de hiel…
Y quizás, anduvieron por el sendero equivocado de la fe,
abrazaron la visión errónea del startup,
y… en lugar de limpiar el peor de los pecados,
el de la hybris,
que habrían de purificar acudiendo al templo de Apolo,
morada de la sacerdotisa adivina,
la Pitia de Delfos, profetisa del oráculo,
que, inmersa en éxtasis,
les habría aclarado la soberbia.
En lugar de abrazar la empresa monoteísta,
de tragarse las falsas adulaciones,
creerse el cuento de dilectos intelectos,
habrían mejor optado por rituales paganos politeístas,
de creyentes ingenuos e infantiles,
no elegidos, ni prometidos ni avenidos,
de pueblo de niños.