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Por Sergio Labbán

Cada tanto, en forma obsesiva,

me acerco a ti para contemplar tus puertas desde afuera.

Pero cuando estoy llegando, mi estomago se tuerce

y desvío la mirada para evitar observarte.

Acelero el auto escapando bien lejos

sabiendo que me has visto a través de las murallas

y que seguirás ahí, esperando el momento.

Tomarás tu tiempo pues nada te urge.

Llegará el día en que todo se acabe

y no pueda evitar rendirme en tu patio.

Nos veremos de frente, sonreirás con gusto,

y me acogerás en un abrazo eterno.

Vaya donde vaya, haga lo que haga

tu tendrás la última palabra.

Y la arena del roto reloj se esparcirá hacia los cuatro vientos

para no tener que darle vuelta.

De a poco me iré desprendiendo de todos los secretos.

Perdonaré a quien tenga que ser perdonado

y besaré la frente a aquellos que estuvieron conmigo.

Y allí abajo, desnudo, donde sobran los silencios,

me cerrarás la puerta para siempre.

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