Cada tanto, en forma obsesiva,
me acerco a ti para contemplar tus puertas desde afuera.
Pero cuando estoy llegando, mi estomago se tuerce
y desvío la mirada para evitar observarte.
Acelero el auto escapando bien lejos
sabiendo que me has visto a través de las murallas
y que seguirás ahí, esperando el momento.
Tomarás tu tiempo pues nada te urge.
Llegará el día en que todo se acabe
y no pueda evitar rendirme en tu patio.
Nos veremos de frente, sonreirás con gusto,
y me acogerás en un abrazo eterno.
Vaya donde vaya, haga lo que haga
tu tendrás la última palabra.
Y la arena del roto reloj se esparcirá hacia los cuatro vientos
para no tener que darle vuelta.
De a poco me iré desprendiendo de todos los secretos.
Perdonaré a quien tenga que ser perdonado
y besaré la frente a aquellos que estuvieron conmigo.
Y allí abajo, desnudo, donde sobran los silencios,
me cerrarás la puerta para siempre.