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Por Ricardo Lapin

1 -Adolescencia

Sé que en cada casa se cuecen habas, ha sido y es tema ineludible con mis amigas a lo largo de nuestra vida adulta. Cada uno carga su joroba. Yo he sido fruto de las contradicciones de la educación que recibí: por un lado una casa intelectual, un celo feroz por el conocimiento y la duda, por la curiosidad y el saber; y luego viene mi padre a que no le discuta sus infalibles opiniones o ideas. Y mi madre, cobarde y débil mujer, dándole la razón al señor y amo de la casa ¡a pesar de ser directora del departamento de pediatría en un hospital!  Y mis hermanos sin columna vertebral, que saben que pagarán un precio si discuten a pesar de saber lo errado de muchas opiniones de mi padre, esclavos de sus miedos aún hoy, casados y con hijos. Solo yo me enfrenté y pagué mi caro precio, “Daniela, la oveja negra”. Cuando era niña hacía todo por complacer a mis padres, y así los quería y ellos me adoraban, porque había maestros que respetaban más las ideas originales y las preguntas capciosas, que generaban debates en el aula, que los niños y niñas del “¡Sí, señorita!”. Pero llegó la adolescencia y junto con la menstruación y los pechos incipientes, por dentro creció el juicio crítico.

Y no, no quiero tener la razón, o ganar la discusión, o demostrar que el otro es un mamarracho que repite consignas sin saber de qué habla ¡no!

Quiero lo que más se acerque a la verdad, a lo que es cierto: no tengo empacho en que me demuestren mi error ¡pero que me lo demuestren, joder! Nada de sermones ni de guerras de ego. El hecho es que en el Liceo ya las cosas no fueron rosa como en el primario, me enviaron a un colegio prestigioso, privado, el “Boarding Liceum” de educación inglesa (conocido para todos como el Liceo a secas) y había allí una masa nada despreciable de jóvenes inteligentes, estudiosos, competitivos y con casas y padres similares a los míos: mi hija tiene que ser La Número Uno de su clase, la mejor. Y juro que lo intenté, que me esforcé y me quemé las pestañas estudiando. Dan fe todos mis entornos de vida que tonta no soy, que tengo pensamientos brillantes y creativos, que mis razonamientos son asociativos y muchas veces difíciles de seguir. Pero tengo que admitirlo, había en mi clase y luego en mi promoción, algunos monstruitos que eran enciclopedias andantes, y que además sabían 2 ó 3 idiomas y tocaban algún instrumento: mi desgracia en términos de las expectativas hogareñas. Mi padre me reprendía con furia, siempre en medio de las comidas y en presencia de todos, el muy maldito. “Daniela, son inaceptable tus excusas: no se trata que no puedes… ¡No quieres! No estás dispuesta a nada que implique esfuerzo y no placer.” En un principio no podía contenerme y le discutía entre llantos histéricos, que me avergonzaban por ponerme en el lugar de víctima, de buscar lástima. De a poco dominé mis lágrimas y mis hormonas, y mi discurso se hizo racional y efectivo, pasando el furor histérico a dominar a mi padre, en ese ping-pong frente a mi madre y hermanos que comían en silencio. “Lamento de corazón que no fui elegida abanderada papá, te cuesta aceptar que hay mejores alumnos que yo. ”Mi padre pegaba su puñetazo contra la mesa haciendo saltar la sopa de los platos y vociferaba: “¡¡Daniela no digas pavadas, tú no discutes conmigo: discutes con la genética!! Eres una Hirshberg, por más que lo quieras negar: tus ancestros fueron grandes rabinos y altos estudiosos de la Torá. Llegó la emancipación y tus bisabuelos entraron en universidades. ¡Todos doctores, investigadores, ingenieros, profesores! Luego las mujeres pudieron acceder a estudios y las Hirshberg descollaron en laboratorios y decanatos ¡así que no te las des de pobre idiota!  Tus dos tías –mis hermanas- una es jueza y la otra tiene dos doctorados. Tu madre es profesora en medicina… tu hermano mayor y tu hermana menor los primeros de sus clases, y tú… “Yo soy la mancha de la familia, quizás la hija del lechero…” le interrumpí. Mi padre dio otro puñetazo y se fue maldiciendo de la mesa. Mi madre me miró con tristeza diciendo: “Danielita, tu padre realmente te quiere… solo te pide un poco más de concentración y esfuerzo…” Esta vez el puñetazo fue mío: “¿Qué sea un poco más Hirshberg, de eso se trata?  Me crean o no, hago el máximo, mis notas más bajas son ochos y nueves, y vos lo sabés mamá. Mi boletín es excelente pero, es cierto: no es sobresaliente. De papá y su egolatría ya no espero nada, pero de vos… esperaba que tuvieras un poco de empatía con una hija atacada, acusada y menospreciada cotidianamente”.  Las lágrimas me caían a borbotones y mamá negaba con la cabeza con los ojos llorosos. “No me digas que no, mamá, vos ves que pasa cada maldita cena o almuerzo… no se puede comer en silencio, con respeto, en familia… y no soy yo la que empieza, vos lo sabés. Podría retarme y descargarse en privado, en un rincón, sin mis hermanos escuchando constantemente qué hermana de mierda tienen, como si me dedicara en lugar de estudiar a escuchar música a todo volumen, o perseguir novios, o ir a fiestas y discotecas. Y vos mamá, lo apoyás y justificás, cuando sabés que es todo una asquerosa mentira…” me fui llorando a mi cuarto aun dejando oír un “¡Por qué me merezco esta casa Dios, me quiero morir…!” Pero sabía que ni muerta pasaría a ser aceptada, ni mucho menos a ser “una Hirshberg”, por eso decidí que, si para el tango se precisan dos, yo bajaba de la pista. No contestaba a mi padre, y cuando comenzaba a gritarme, yo me levantaba de la mesa. Cuando me largaba con látigo el alarido de “¡¡¡Cuando te hablo no me das la espalda!!!”, yo giraba en la puerta del comedor y le decía con sorna “¿Dónde está la educación de los Hirshberg, papá? Cuando te dirijas a mí con respeto no vas a recibir mi espalda”. Una vez en este punto de la charla se levantó furioso y tomó un paraguas del perchero del salón y lo levantó como un garrote para azotarme. “¡Estás loco Enrique, por amor de Dios!! ¿Qué hacés?” Papá se paró un metro de mí y alcancé a decirle: “Mírenlo al Ingeniero Hirshberg… ¿en serio vas a pegarme, papá”?  Me fui a mi pieza y luego le anuncié a mi madre que yo voy a comer por separado en otros horarios -nadie merece no disfrutar de una comida- y así ella por vez primera al parecer, puso límites como esposa y dueña de casa. Las comidas pasaron a ser en un silencio sepulcral, luego mi madre ponía un disco de música clásica durante las comidas, y entre mi padre y yo hubo un abismo que se fue sedimentando silencio a silencio, que a veces exigía una pregunta, o una firma al boletín, o una respuesta monosilábica. En ese “status quo” terminé el Liceo, y para espanto de mis padres –“esta chica no tiene remedio”- con un novio.

2. Juventud, divino tesoro

El tema del novio despertó toda clase de demonios en casa. Tenía una hermanita amorosa que veía en mí- la oveja descarriada- un funesto ejemplo de todo lo bajo, prohibido, sucio o que engorda. Sí, no me refiero a obesidad porque siempre fui flaca y de comerme las uñas, sino a lo que en idioma del Liceo decían “la dejaron gruesa”. “La desgraciaron, pobre”. Un novio quizás en otros lares implique muchas cosas, pero en nuestro Liceum privado mixto, donde estudiaban juntos varones y chicas, un novio quería decir sexo. En esos años y en ese lugar con tanta hormona en efervescencia, el asunto urgente entre las estudiantes era tener un novio y perder la virginidad, y en paralelo no quedar embarazada.  El asunto no era solo de reprimir la excitación cuando íbamos a alentar a los machos alfa del equipo de rugby de nuestra clase, verlos musculosos y sudorosos como caballos y dándose empujones y aplastándose, sino realmente como encarar ese desafío. El marco de mis amigas era lo más importante para mí: recibía de ellas el apoyo y la admiración que se me negaba en mi casa, éramos confidentes de sueños y fantasías sexuales con chicos de la clase y del colegio, nos escapábamos de clases a cafeterías, y con ellas tuve la primera borrachera de mi vida. ¡Con ellas la vida valía la pena! Éramos cinco compinches inseparables, y cuando tres ya tenían novios y descubrieron la sexualidad, las dos restantes pasamos a estar en un estatus desagradable: sin desearlo nadie hubo una división en el grupo entre las vírgenes y las “avivadas”. En absoluto se burlaban de nosotras pues sabían que tiempo atrás ellas estaban en nuestra situación, y por ello se empeñaron en unir al grupo nuevamente. En lo posible, que enganchemos a alguien como pareja, pero en caso de no “estar enamoradas de “, al menos conseguir un compañero tierno para coger una vez y, quizás vendría luego el amor, o quizás vendrían tiempos mejores y con ellos el príncipe en el caballo blanco. De todo el grupo mi mejor amiga era Michaela, una absoluta loca irreverente, inteligente y sensual, hija de italiano y española, pero más concretamente de napolitano y andaluza, es decir ¡un volcán con tetas!  Su rapidez intelectual le permitía no ser castigada por su falta de respeto a cosas sacrosantas, como a las sutiles burlas que hacía en la clase de las miserias de los profesores. Un día me dijo en un recreo “Dani, estoy harta de masturbarme. Este mes me lo tranco al Toni” y una carcajada estruendosa salió de su ser. “Pero, ¿cómo vas a hacer?” le pregunté en shock por el anuncio. “Dani, mirá… mirálos en el recreo ahora. Tan hermosos, tan tiernitos y tan idiotas… huelen el cuello de una mujer, te pasás la lengua por los labios… y no piensan, quedan idiotizados. La sangre baja del coco… ¡y sabés a dónde vá a parar!”  Esta vez la carcajada fue mutua, y varias miradas pícaras-femeninas y masculinas- nos cruzaron desde lugares cercanos en el césped del campus, sabiendo que hablábamos de alguna chanchada. “Hablo del tema y me sube la temperatura, así que creo que lo haré esta semana misma, tengo un plan…” Las miradas hicieron que baje la voz y me hable casi sobre mi hombro. Impaciente la interrumpí “¿Qué es…?” “No, no, no señorita Hirschberg, la última vez que confesé mi plan para salir de virgen, la muy perra me robó la idea y el fato, y me dejó masturbándome con bronca esa noche… Nada de secretitos. Una vez que me lo trinque, que lo sepa el mundo Dani…Y guay que digas a alguien que voy por el Toni…” Estaba de pronto colorada de enojo por la idea. Decidí gastarle una broma: “A ver, ¿qué me vas a hacer malvada?” Michaela entendió que jugaba con sus ánimos y me dijo con la cara más mefistofélica que encontró “Te voy a atar a un árbol y hacerte cosquillas durante horas, hasta que vomites las uñas de los pies… desgraciada”. “Pero no te pongas así cariño, ¿no tengo yo derecho a estar enamorada también del Toni, quizás?”

Admito que se me fue la mano (amiga del alma, pero también cruza napolitana-andaluza) y a ella la paciencia. Me tumbó en el césped y se acostó con todo su cuerpo sobre mí. Su mirada ya no tenía chispa ni risa, estaba cara a cara y aferrándome ambas manos. “Mirá Dani, no me jodas, y te lo digo ahora en serio. Si te llegás a levantar al Toni ¡por mi madre que te ato y te saco los ojos, te arranco los pezones y te corto las orejas! ¿Capisce?” Estaba aterrada de su cambio y asentí con la cabeza varias veces, ni siquiera hablar podía. Ella se levantó con brusquedad y ante los comentarios de los mirones los espantó también a ellos. Moncho le gritó “¿Qué pasa Michaela, no te la violás a tu amiga? ¿Ni siquiera un besito de pasión para los muchachos?” Michaela resopló y buscó en su mochila la cartuchera. Sacó un par de tijeras y salió a la carrera en dirección al Moncho, que espantado salió también como un cohete. “¡Si te llego a agarrar te vas a tener que colgar los anteojos en los hombros pedazo de imbécil!”

Así fue como Michaela y el Toni pasaron a ser pareja y yo confidente de sus aventuras. De cómo hicieron el amor en la biblioteca, eyaculando él en una página abierta de la Enciclopaedia Británica, listo para tal propósito; de cómo descubrían sus cuerpos con dedos y lenguas, de las sorpresivas reacciones de zonas erógenas, en fin, todo. El enojo en el césped pasó al olvido como si no hubiera existido, pero así era Michaela y por eso la quiero: temperamental y verdadera, nervio y pura sangre. Ella me impulsó a que me dejara de historias e hiciera lo que mi cuerpo me pedía: relaciones sexuales. “Dani, charlas amenas y profundas está muy bien, pero eso de masturbarte a escondidas, con culpa de no asumir y permitirte “la cosa real”… eso es una trastada.” Su frase “Dani, el pene no muerde” al principio me causaba gracia, pero con el tiempo ansiedad y tristeza. “¿Soy una cobarde? ¿De qué tengo miedo? No de mis padres. De un aborto… quizás.” En las charlas con el grupo surgían los miedos, los rumores y lo que se había leído de fuentes serias, u oído de fuentes fehacientes: cómo tener “sexo seguro”. Estaba el embarazo, pero había también enfermedades venéreas (que, según Sandra, el cura una vez las llamó en plena misa “castigo divino”). Michaela irrumpió “Eso pasa no por castigo ¡sino porque el cura en lugar de poner ojo a las monjas lo hace con los monaguillos!”. Otra de las “nunca más vírgenes”, como las definió Michaela, era Mirta. Judía como yo, venía de una casa bohemia que vivía y dejaba vivir. Los padres de Mirta fumaban marihuana con sus amigos en el jardín y eran muy simpáticos. La madre tenía charlas abiertas y francas en todo lo relativo al sexo, la acompañó a Mirta a un ginecólogo y le puso un aparato anticonceptivo, algo incómodo y doloroso al principio, pero que garantizaba cero peligro de embarazo. Pero las novedades en temas íntimos llegaban de las charlas de Mirta con su tía Fanny. Divorciada por segunda vez y ya con hijos grandes, Fanny trabajaba en canales de televisión y en el mundo del cine como maquilladora. “No se te ocurra meter en el mundo del espectáculo, m’ija: ni fama ni fortuna, sólo mucha gente putañosa, hombres y mujeres por igual. Dinero y poder, sí, pero droga y perversión también. No conozco una o uno que haya llegado persona y no lo hayan degradado”.  En cuanto al sexo sus opiniones eran absolutas y claras: “No importa lo que te digan o cuenten: cogé todo lo que puedas, porque sexo es salud, es alegría, vitalidad. Y quien te diga lo contrario es una malcogida. Este mundo que podría ser el Edén es la mierda que es por tanto malcogido que lo dirige y maneja. Políticos impotentes y milicos malcogidos, eso nos arruina la existencia. Pero, ojo, no me malinterpretes: no te estoy diciendo acostate con todos, no. Cogé lo máximo posible porque es como nadar desnuda en el mar, es saludable y placentero, y cuanto más lo hagas tendrás una vida mejor. Pero elegí muy, pero MUY bien con quien.  Elegí siempre gente que te respete, que te trate bien, que sea cortés. Nada de piropos y florcitas primero y cachetazos después, de violencia. Hay mucho impotente que van al gimnasio y descargan su frustración en la mujer que encuentran. ¡Cero tolerancia con esos perros violadores! Yo, que ya soy un camión para el “desguase”, todavía llevo un shocker eléctrico conmigo a todos lados. Hay mucho enfermo suelto querida, mucho loco disfrazado de médico, abogado, maestro…Tené la lupa puesta con los tipos m´ijita, pero cuando encuentres ese que te está destinado, no lo espantes con miedos y temores. Cuando lo encuentres sabrás que es él y no habrá dudas ni preguntas: cada olla tiene su propia tapa, y solo esa es que le calza. ¿Ahora sos joven y levantar familia es algo lejano? Dale al acelerador y divertite nena, pasala bien pero también atenta a quien te entregás: los monstruos fueron todos jóvenes alguna vez“.

La gran discusión era si la solución era, siendo menores, un diafragma, o un anillo, o usar condones. Michaela, que era mi mentora en estos asuntos, declaraba que ella no creía en esos aparatos, y que llegar al ginecólogo a espaldas de su madre era mucho más jodido que comprar condones guiñando un ojo al farmacéutico. Luego que Michaela me picoteara la cabeza, decidí con 17 años que quería perder la virginidad y elegí un macho simpático y bonito, no muy inteligente, pero tampoco tonto, y que me atraiga. “Si no te da palpitaciones al verlo de cerca, no importa que sea Superman o Einstein, no sirve Daniela” me declaró mi instructora. Michaela me ayudó hasta haciendo un simulacro de los juegos preliminares. Ella haciendo el papel masculino. “Abrazá así, acaríciale el cuello así, despacio. Jugá con el lóbulo de la oreja” me decía mientras me hacía lo que me invitaba a repetir en su cuello y oreja. Al rato estábamos las dos jadeando, y le dije “Me re-excitaste desgraciada…” Me dijo con la boca en la oreja: “Si no vas a hacer bien lo que te pido, vas a recibir un beso francés, con la lengua hasta la tráquea…” Llegué a pensar en esos tiempos que si alguna vez podría tener sexo con una mujer tendría que ser con Michaela. Pero no fue, básicamente porque nos excitaban chicos y no chicas. Encontré mi macho cabrío, creo que fue una buena elección para la primera vez.  Llegó el momento, según el plan, hablamos y me enteré que también era su primera vez. Así que nos reímos de nuestras torpezas y errores, y aunque hicimos juegos preliminares, el eyaculó apenas al penetrarme. Estuvo casi a punto de llorar, pero por fortuna Michaela, con bastantes horas de vuelo en camas, sillones y embutidos en autos nocturnos, me explicó todas las variantes posibles. Así que con una sonrisa le dije”. No te pongas mal, es natural la primera vez. Nosotros vamos a seguir besándonos y acariciándonos, y en un rato vas estar hecho un león y esta vez me vas a poseer como a una leona… ¿Estamos?” Dicho y hecho. No fuimos pareja, pero dejé de ser virgen, y luego de otros dos cortos noviazgos, quedé impactada por Rodrigo, jefe del equipo de rugby (¿cómo no me fijé en él antes?). Fue mi novio durante el año y medio hasta terminar el Liceo y el bachillerato. Cuando Rodrigo empezó a hacer historias con usar condones (“Siento que estoy haciendo el amor al condón, no te siento a vos”) fui a hablar con mi madre. Cuando le dije que precisaba pedir turno para el ginecólogo, el plato que lavaba se la cayó de las manos junto con un grito “¡No, Dios!”. Le expliqué que Dios estaba con sus plegarias y no estaba embarazada, pero que precisaba algo seguro para seguir no estándolo.

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