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Por Daphna Kedar

La bella adurmiente dejó de serlo al día siguiente a su cumpleaños.

Las hadas protectoras que la habían entumecido no le hicieron un favor, la adormecieron en su burbuja privilegiada de sociedad de clases, estratos sociales, predefiniciones de género, edad y color de piel. En lugar del servicio doméstico de palacio, la rodeaban al despertar dispositivos desconocidos, tecnología celular de quinta generación, manuales de operación dispersados por doquier, amontonados, desordenados, con instrucciones detalladas en más de 70 lenguas para la operación de aparatos, ordenadores, computadoras, móviles, celulares, casas inteligentes, cerrojos digitales, gadgets, aplicaciones para asistir a reuniones presenciales y remotas.

¿Qué son los encuentros remotos? -se preguntaba- ¿acaso habría de cabalgar al destino?  Y el príncipe… ¿dónde estaba? -preguntó mirándose al espejo-.

En pocos instantes la amonestaron las nuevas hadas, monjas modernas vestidas de hábitos de enfermería, “que no hay príncipes” -le dijeron- “que son avatares”… y una vez recuperada, podría elegir las mesuras, semblante y talante de sus pretendientes digitales, ideados, creados y encargados a medida, lo que se dice, plenamente personalizados y customizados. 

¿Y la bruja? -preguntó aterrada-.  

Con mirada condescendiente le revelaron que ya no existían las hechiceras, se llamaban troles, no eran “malas” por naturaleza, más bien producto de la suma de sus circunstancias culturales e históricas. “Maléfica” se había sometido voluntariamente a sesiones de “psicoterapia psicodinámica” impartidas por una analista y de hecho, ya transformada, estaba esperando a que se despertara en el vestíbulo, con un pastel de zanahorias sobre el regazo como pipa de paz vegana. Aurora pidió volver a su estupor, “necesito un poco más de tiempo” murmuró instantes antes de cerrar los párpados, un poco más de tiempo…

Acerca del Autor

Daphna Kedar Kelman

Acertijo Existencial – No tengo acento ni lengua "materna", si en inglés me hablas te diré que soy “nativa”, si en español: “natal”, si en hebreo, me dicen francesa, y al parlar castellano, la “erre” del carro, se la llevó el burro. Soy la nueva judía errante, la palabra es mi espada y el pluralismo mi emblema. ¿Quién soy? Soy un producto multicultural, multilingüe, interregional. Carreras tuve una tras otra, tantas, hasta que el terreno del circuito de pista quedó desgastado, baldío, bajo las firmes patadas de mis zapatillas maratónicas. Competía con y contra varones, mujeres, maestros, curas, monjas y rabinos, contra las religiones monoteístas y los vivos colores de estampas doradas, medio truncadas, de dioses paganos de cabeza elefantina y cuerpo humano. Me plantaron mis padres en tierras fértiles de otros países, cual semilla desconocida, con un nombre imposible de pronunciar en pagos latinos. Me transmitieron individualidad, fortaleza y mente crítica, hasta que me convertí en una sui generis, espécimen y muestra de singular índole. De tanto cuidarme en no dispersarme, de no arraizar en culturas ajenas, respondo hoy a seudónimos mil: el de mi niñez, el de mi país, el de mi pueblo, el de mi cuna, el de mi amado, el de mis hijos guerreros, el de mi madre, que en paz descanse. La filosofía de la existencia la conocía yo ya desde el vientre materno, la lógica occidental me abrazó con ganas, la intuición de mis antepasados nunca me abandonó. A veces, en mis sueños vienen a visitarme los masters, seres superiores que juegan al ajedrez con nuestras almas, me revelan sus secretos y se los llevan consigo nada más abrir los ojos por la mañana.
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