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Por Andrea Bauab Publicado en infobae

El sur está evacuado y parte del norte también: miles de familias fueron trasladadas a las ciudades del centro, donde la amenaza de los misiles es menor. Muchos perdieron sus casas, sus parientes y amigos y la tranquilidad paradisíaca de la vida en el kibbutz

Como si el clima quisiera acompañar de algún modo a los israelíes, este año el verano se estira, no termina, frena al otoño y a la crudeza del invierno. A cinco semanas de los actos de horror perpetrados el 7 de octubre por el grupo terrorista Hamas, el país intenta recomponerse del mazazo en la cabeza y del quiebre en el corazón.

En piloto automático, sin risas, con la tristeza pegada en el rostro y la preocupación en la garganta, los ciudadanos de Israel intentamos activar de nuevo, pero la realidad nos choca en cada esquina, en cada televisor, en cada radio encendida. ¿Cómo se puede seguir el día, después de escuchar los testimonios de los familiares de los 1500 asesinados, los cientos de caídos en combate, los 239 aún secuestrados?

El sur está evacuado y parte del norte también: miles de familias fueron trasladadas a las ciudades del centro del país, donde la amenaza de los misiles es menor. Muchos perdieron sus casas, sus parientes y amigos y la tranquilidad paradisíaca de la vida en el kibbutz, esos barrios con chacras y granjas, con tambos y sembradíos. Se encuentran hospedados en hoteles o viviendas particulares que se ofrecieron a tal fin, pero en tanto no trabajan, los niños no reciben educación y muchos padres se preguntan cómo contarles a sus hijos que ya nada de lo que tenían existe… que la maestra fue asesinada, que ocho compañeritos están secuestrados en Gaza o que a la abuela la quemaron viva.

Un agricultor cuenta por la radio que tiene 40 hectáreas de cultivos y que los terroristas destrozaron los sistemas computarizados de riego por goteo. Entonces todas las hortalizas, los frutos y las legumbres se pudren o se secan porque no hay quien los coseche: los trabajadores de Tailandia se fueron por la guerra y los 150.000 peones palestinos que ingresaban a diario a Israel para trabajar en los campos o en la construcción ya no lo hacen ni lo harán por mucho tiempo. Son el gran signo de pregunta, los motores del engaño, el cuchillo por la espalda… ¿quiénes de ellos pasaron información a los terroristas? ¿Cómo llegaron con mapas exactos de los kibbutz, con datos específicos de cuántos miembros había en cada familia?

El responsable de un tambo en un kibbutz atacado y profanado, relata en el noticiero que los terroristas acribillaron a varios peones de Tailandia, agujerearon a balazos tanques con leche e incendiaron depósitos de alimentos -entre otras vejaciones y destrozos-. No hay políticas de gobierno aún que se organicen para otorgar subsidios y afrontar tamaño desastre agropecuario, sin embargo, el pueblo se arremangó y miles de voluntarios se presentan en los campos cada mañana a las 6.00 am para recolectar pomelos y limones, cosechar batatas, pepinos o tomates, sólo a cambio de una bolsa con frutos. El proyecto se llama “Hermanos por las granjas” y es uno de los cientos de voluntariados que surgieron en este mes que pasará a la historia como el más oscuro de Israel, pero el que más unió al pueblo.

La gente dona y traslada ropa, cacerolas con comida caliente, frazadas o artículos de higiene a los centros donde están los evacuados o a puntos cercanos a la frontera con Gaza. Miles de cajas con dulces, medias, toallas, les llegan a los soldados, que en este país no son sólo aquellos que hacen la carrera militar, sino casi todos los hombres entre 18 y 45 años y también las jóvenes que están haciendo el servicio militar obligatorio de dos años. Cuando abren las cajas, encuentran notas con dibujos y corazones que escribieron niños y adolescentes: “Gracias por defendernos, fuerza, confiamos en ustedes, los esperamos pronto en casa”.

La tarde del sábado, salgo a dar una vuelta en bicicleta por Tel Aviv para despejar la cabeza de las noticias. Tomo la senda de la explanada del Teatro Habima, rodeada de bares, la antesala del sofisticado boulevard Rothschild. Y me encuentro con la tristeza inefable, con el rostro de la maldad que no entra en la cordura humana, la que causó que 239 camas y cunas (¡) estén hoy vacías, a la espera de que vuelvan a dormir los que están cautivos por el terror. En uno de los predios más emblemáticos de la cultura israelí, recorro abrumada la exposición artística a cielo abierto Empty Beds.

Sigo pedaleando, y veo que la plaza abierta que precede al Museo de Arte Moderno se transformó en la Plaza de los Secuestrados, ahora renombrada “Plaza de los que Volverán”.

Allí, una larguísima mesa está dispuesta con 239 platos, vasos, cubiertos y caramelos. Los vinos sin abrir, esperan que retornen de Gaza los seres amados. “Pongan una mano en vuestro corazón -pide por alto-parlante la madre de una muchacha que se llevaron-. Piensen por un momento en lo que yo siento… hace 37 días que no duermo”. No hacía falta que lo diga: es un ser roto en mil pedazos. Los familiares dispusieron carpas y dormirán allí hasta que vuelvan sus queridos. Hay muchísima gente alrededor: llegamos para consolarlos, acompañarlos, traerles comida, abrazarlos. Veo subir al podio al famosísimo cantante Shlomo Artzi, que abraza a los de la espera incesante y entona una canción de esperanza. Su típica voz ronca que acompaña ya a tres generaciones, se astilla como un vidrio por el dolor.

Me detengo en un bar que reabrió con timidez, como avergonzado de querer retomar una rutina de tragos. En las paredes, veo la foto de uno de los mozos que trabajaba allí y que fue asesinado en la fiesta “Nova” en el desierto.

Apuro un café y vuelvo a casa, apretando los ojos. En el edificio de al lado hay una concentración de gente con banderas de Israel. Eso significa que mi vecino Yuval de 25 años -el que estaba en Nepal para escalar el primer tramo del Everest y volvió para defender al país- cayó en combate. Entra un mensaje del Whatsapp del barrio: “Mañana a las 9.00 todos los vecinos flanquearán las calles Rokaj- Aba Hillel y Bialik flameando banderas para acompañar a Yuval en su camino final”.

Antes de dormir, la televisión me muestra -después de la maratón de noticias constantes- un cartel enorme con las palabras: “iajad nenatzeaj” – “Juntos triunfaremos”. Cierro los ojos pensando en todas las madres y padres, hermanas y esposas, abuelas, maestras y enfermeras que están esperando a sus muchachos y muchachas que volvieron de Nepal o del trabajo o de entrenar o del bar, o del mar… y corrieron a alistarse para defender a Israel, el pequeño paraíso que se convirtió de la noche a la mañana en un infierno. Ese conjunto me abarca. Abarca -de algún modo- a casi todos los ciudadanos.

Me duermo preguntándome qué significa “triunfaremos”. Tal vez triunfar… sea recuperar algún día la alegría.

*Andrea Bauab es una dramaturga y guionista argentina que reside en Israel desde 2009. Es la autora de la obra”Oscuras Rosas Rojas Negras” dirigida por Osvaldo Laport, que se representa los sábados en el teatro La Mueca (CABA)

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