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Por Ifigenia Xifré

Cuando volvió en silla de ruedas, 

mi abuelo buscaba rascarse

la pantorrilla que ya no tenía. 

Decía sentir el calor y el frío,

el entumecimiento, el hormigueo del pie que ya no estaba.

indispensable para completar

su viejo par danzante.

Miembros fantasmas:
“dícese del fenómeno por el cual -luego haber sido amputada-
usted puede sentir una extremidad como si aún fuera parte del cuerpo”.

Dicen los que saben
que las conexiones nerviosas

desde la periferia hasta el cerebro permanecen

por varios meses.
No se deshace el lazo

en el quirófano.

Hace treinta y un días que un pueblo siente

los balazos y puñaladas,
el fuego y los gritos que atravesaron,

quemaron y arrancaron a los miembros que le faltan.

Sueño que tengo a upa
un bebé sin ojos y sin sonrisa,

niños de tierra y escombro que hubieran luchado por la paz. 

Y por más que no es mi cuerpo
-lo mío es coyuntural o tal vez estaba escrito-

y no me es propio este dolor, esta angustia,

este miedo, noche tras noche,

siento el frío helado y el ardor devastador de los amputados.

Añoro los pies y las manos

que no conocí.

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