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Los días grises llegaron demasiado pronto.
La lluvia no caía del cielo sino de mis ojos.
La tormenta dominaba mi espíritu y el sol en vano, luchaba contra la bruma que enturbiaba la visión y endurecía el alma.
Y ahí estabas tú que sin saberlo, eras la arquitecta de mi desquicio.
Y ahora que no estás, el sol me alumbra pero no doy sombra. Ya no hay lluvia ni borrasca, solo un suelo árido y agrietado.
Hasta que llegue el otoño bendito, ese que da vida, pinta los campos y llena mi espíritu con olor a tierra mojada, o que llegue demasiado tarde, la tierra ya muerta, vencida y mi alma despida el hedor de almendras amargas.