Ya habían pasado cinco días desde el nacimiento, y a pesar de la presión familiar, la joven
pareja no conseguía decidir cuál sería el nombre que marcaría el destino del recién nacido.
Él pujaba por llamarlo Miguel, y ella Ángel.
De pie frente al bebé, se disputaban la elección.
El niño no tenía la capacidad de hablar, pero sentía las energías del ambiente.
Mientras planteaban sus argumentos, la madre le quitó las ropas para cambiarle el pañal.
El padre, desalentado, señaló a su hijo con el índice derecho preguntándole -¿Y tú que opinas?
En ese preciso instante, con un movimiento, tal vez reflejo, tal vez no, el niño extendió su brazo
izquierdo hasta que ambos índices casi se tocaron.
Los padres cruzando sus miradas, quedaron atónitos.
Tres días después, al finalizar la circuncisión, el mohel tomó al pequeño en sus brazos,
y alzándolo declaró:
-Y su nombre en Israel es… “Adam” (Génesis)
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