Por Claudia Wohl

Cuando cruce los dos mares plantaré una plantita y dejaré una piedra pintada.

La planta que te honre representará lo contrario del cactus «sabra» que define a los israelíes. Tus espinas estaban dentro. Como te molestaban, las usabas también para afuera, mezcladas con dulzura, inteligencia, cuentos e historias maravillosas, tus muchas virtudes, tu vida itinerante y ecléctica.

En la piedra escribiré: «Alguna vez te quise, hoy estoy más triste de lo que imaginaba». Y para todos nuestros hijos y nietos hubiera deseado que tuvieras, con calidad y sin sufrimiento, un poco más de vida de padre y abuelo.

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