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Por Bertha Linker

La universidad es una etapa única en la vida por varias razones: es el preámbulo a la vida profesional, un manantial de conocimientos cotidianos, haces amigos que son para el resto de la vida y disfrutas en fiestas inolvidables.  Pero hay una época a la que todos temen, no solo mentalmente sino también fisiológicamente: ansiedad, insomnio, pánico… si usted estudió en una universidad sabrá de sobra como lucen los baños en esa época. La época de los exámenes.

Todo lo que aprendiste en el semestre y un poco más… tienes que dominarlo. Puede que te toque una pregunta de desarrollo, de definición, resolver algún problema numérico y las que nunca entendí cuando preguntaban cuál es su opinión sobre… ¿cómo puntuar la opinión de una persona? 

Son muchas las anécdotas que podría contar sobre los exámenes. Pero me focalizaré en hablar del tiempo del examen. Nunca fui la primera en entregar la prueba, incluso si había preguntas que no sabía la respuesta, las seguía leyendo una y otra vez, a lo mejor por algún lado llegaba la luz. Recuerdo particularmente dos exámenes, cruciales en la carrera de Economía: contabilidad social y matemática financiera. El primero, el profesor era el tesorero del Banco Central, por su cargo, tenía la responsabilidad de abrir las bóvedas del banco, hasta que él no llegara al banco, no circulaba efectivo en el país. Nos daba dos opciones: empezar el examen a la 7.00 de la mañana (horario habitual de la clase) y el examen duraría justo 2 horas. A las 9.00 él se retiraba de de sala, quien entregó bien y quien no, se quedaría sin calificación. La otra opción, si queríamos más tiempo, era solo si el examen se iniciaba a las 4.00 am, propuesta prácticamente irreal. Para el primer parcial con ese profesor nos teníamos que aprender más de 50 fórmulas y un sinfín de definiciones. El examen eran solo dos preguntas, pero cada parte implicaba resolver un planteamiento y de los resultados de cada paso, dependían los pasos siguientes. Si te equivocaste al principio ya todo el resto estaría mal…

Eran las 8:59 y ya debía entregar el examen, un poco más, unos minutos más y hubiera alcanzado a revisar todos los cálculos, si los signos estaban bien, ya ni hablar de la redacción de las respuestas.

El otro profesor, el de matemática financiera, era mucho más condescendiente, sabía que para resolver sus exámenes eran necesarias por lo menos 5 horas. La propuesta de él era hacer los exámenes los días sábado. Desde las 7 a las 12 del mediodía. Cuando rendí el examen, recuerdo que era la 13:00 y aún a mí y a mis compañeros «nos salía humo» de las manos y de la mente. Cuando se escuchó el grito desde la puerta: bachilleres, vayan terminando, les di una hora de regalo y ya tengo hambre. Un coro al unísono de ¡No!  Un poco más, unos minutos más retumbó en el salón… Cuanto miedo saber que de esos pocos minutos más dependería graduarte o no, si tendrías buenas calificaciones o no…

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