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La anciana se asoma a la ventana de la casona fresca y oscura. 
Su sillón añejo la recibe en sus brazos ajados.

¿Qué hago aquí encerrada por culpa de esa miniatura que podría comerse 
mis pulmones sin avisar?
Más de un siglo hace que deambulo por este mundo loco llevando mis vivencias 
a cuestas como un caracol.
La gripe española se llevó a mis abuelos, historia familiar mil veces repetida 
por haber sido una tragedia dulce. 

Si no se hubieran ido juntos, tomados de la mano en el lecho compartido…
¿cómo podían haber soportado la desaparición de tantos hijos en la gran guerra?

Una y otra vez los recuerdos le punzan el corazón partido, los buenos momentos
alivian, los malos duelen.

¿Qué hago aquí encerrada, bañándome en recuerdos? 
Los entretejo en mantas y batas para bisnietos. 
Cuántos años hace que me falta la agradable conversación con mi difunto…

Toma del cajón el viejo revólver de Rodolfo y lo coloca sobre su regazo.
Lo mira con cariño. Piensa: ¡Pum! Desaparecer. Y sonríe. 

Se duerme como se duermen los viejos, que luego dicen: “Yo no dormía…pensaba…”.

Al abrir los ojos cansados, se cuela entre sus elucubraciones una lucecita como
un brillante al sol, una idea disparatada disparada alguna vez por su nieto mayor.

-Escribí tus anécdotas, abuela. Me encantaría leerlas y releerlas con mis nietos.

Decide. Toma un lápiz y unas hojas de la mesita.

Afuera, la primavera borda los primeros pimpollos contra la ventana.

Más relatos de Claudia:  claudiawohl@gmail.com

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