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Por Bertha Linker

Con mi esposo programamos las vacaciones y decidimos incluir en nuestros planes los eventos organizados por el Ministerio de Defensa en conmemoración de los 50 años de la Guerra de Yom Kipur (1973). Dichos eventos incluían, exhibiciones de armamento, unidades de rescate y espectáculos de bandas militares.  En los puntos donde se llevaron a cabo los combates más conocidos se dictaban charlas en primera persona, a cargo de los combatientes de aquellos días, ahora veteranos. Mi esposo tenía particular interés en escuchar a Avigdor Kahalani, héroe nacional, reconocido por haber detenido con 150 tanques, un feroz ataque aéreo sirio. Así, entre cultivos de uvas y manzanas de la zona norte de Israel conocida como Ramat HaGolán, llegamos a «Emek ha Baja» donde la «División 7» logró contrarrestar a las fuerzas militares sirias. 

El broche de oro para nuestros planes era Haifa.  En esta ciudad portuaria -de donde es originario mi esposo y vive mi suegra- nuestros hijos visitarían a su abuela antes de retomar la escuela el 8 de octubre. 

Mi madre -que vive con nosotros en Jerusalén- decidió vacacionar con mi primo en la capital del sur, Beer Sheva, evitando los paseos que su adolorida rodilla le impide realizar.  

Mis verdaderas vacaciones son acostarme y despertarme tarde. Definitivamente soy un animal nocturno, es como si absorbiese la energía de las estrellas y la creatividad de la luna. De no ser porque las obligaciones cotidianas despiertan al amanecer, aprovecharía las horas en las que todos duermen en casa para dedicarme a la escritura y las horas de sol para darle descanso a la mente y dormir. Cargada de historias, dediqué la noche del 6 y la madrugada del 7 de octubre a escribir, total, mi suegra se iba a despertar temprano y se haría cargo de los chicos.

A las 8:30 de la mañana del 7 de octubre sonó mi teléfono, era mi madre, informándome que desde las 6:30 am las alarmas antiaéreas no cesaban de sonar. Me molesté con ella, ¿para qué me despertaba el último día de vacaciones si no le había pasado nada?  Le respondí: “en el sur es normal que suenen las alarmas, quédate tranquila, toda esa zona está protegida por la cúpula de hierro y ningún misil se le escapa”. 

Al minuto sonó la campanita del grupo de whatssapp familiar: un primo mandaba un mensaje avisando que fuerzas palestinas habían logrado penetrar la cerca de seguridad que separa Israel de Gaza y cientos de terroristas estaban pasando armados a atacar los kibbutz de la zona. Incrédula, me disgusté con mi primo… ¿por qué divulgar información no verificada que solo genera terror entre quienes la reciben? 

Abrí la aplicación de noticias y los titulares eran tan alarmantes que dudé de mis conocimientos de hebreo, pensé que yo no estaba entendiendo lo que leía. Desperté a mi esposo. Tratando de despabilarse y comprender lo que estaba sucediendo, me dijo: “Prendé la televisión, si lo que dicen es cierto ¡estamos en guerra!” 

El principal canal de noticias transmitía como los terroristas se paseaban libremente por los kibbutz, un grupo violentaba una casa y sacaba una mujer aterrorizada que sostenía dos bebitos pelirrojos en los brazos. Los periodistas en vivo recibían llamadas de personas que pedían auxilio susurrando para evitar ser escuchadas por los atacantes. 

Otros informaban de gente que estaba siendo secuestrada a Gaza…  

Unos jóvenes hablaban de un festival de música al aire libre en el kibbutz Reim, con miles de participantes y se corría el rumor que también allí habían penetrado terroristas. Los números de muertos, heridos y desaparecidos se actualizaban periódicamente como si se tratase de un sorteo de la lotería.

Yo solo quería volver a casa, poner a toda la familia en el entorno conocido antes de que también empezaran los ataques desde la frontera norte. Pero… ¿cómo se conducen 100 kilómetros en pleno ataque y sin saber hasta donde habían llegado los terroristas? 

Pasaban las horas y las noticias eran más devastadoras, las alertas de los grupos de WhatsApp no cesaban y las imágenes sin ningún tipo censura se esparcían a la velocidad de la luz ¿Cómo no pensar en la madre del soldado que es arrancado de un tanque y los terroristas hacen un festín con su cuerpo?

¿Dónde estaban los Kahalanis con sus 150 tanques para detener los RPG, Kalachnikov y granadas del Hammas? Así como me pregunté el 11 de septiembre del 2001 si los aviones estrellándose contra las torres gemelas no eran un montaje publicitario americano, me preguntaba ahora si las imágenes que veía no se trataban de una guerra psicológica iraní.

El 8 de octubre mi suegra nos pidió que no nos fuéramos de su casa sin almorzar, como si su comida nos fuese a cubrir con un manto protector.  En la ruta pasamos varios puntos de encuentro de reservistas que se unían a las filas de combate. Abrazos eternos acompañados de refrigerios, caravanas de camiones transportando tanques y material de combate. 

El GPS nos enloquecía y nosotros a él, nuestros criterios de la ruta más segura no se compaginaban con los de la ruta más eficiente.  La velocidad permitida se convirtió en mera referencia, en menos de hora y media hice el recorrido de Haifa a Jerusalén. A pesar que llegamos a casa, no nos sentimos del todo a salvo. Me encontré planeando medios de defensa en caso de que los terroristas llegasen también a nuestra puerta, al fin al cabo desde nuestra ventana en Gilo, se observa también la cerca de separación con otra parte de Palestina.

Sin querer crear traumas en mis hijos, les comenté que todo lo que estábamos viviendo nos convertía en parte de la historia, sin llegar a imaginarnos que también nosotros tendríamos nuestra propia experiencia de guerra que contar. 

Hoy ansío el pronto regreso de los secuestrados y que no nos despertemos más con la fatídica noticia de otro combatiente muerto. Espero el pronto final de esta historia.

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