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Por Eudardo Durschkin

(Nevé Midbar)

La sociedad de los inmortales

.

Es casi imposible explicar la existencia de este lugar. A menos de un kilómetro del kibutz Nir Oz, en medio de un injustificable bosque de verdes pinos, un centenar de casas blancas con techos a dos aguas de cerámicas rojas, bordean un apacible lago. Sus habitantes, personas sabias y risueñas, todos pertenecientes a la “segunda juventud», disfrutaban la paz y la felicidad en sus modestas moradas.

Una madrugada, un oscuro espectro descendió sobre ellos. Veintitrés asesinos montados en poderosas motos, se desprendieron del resto de la horda que se encontraba asolando el kibutz y llegaron al lugar.

Una ráfaga de ametralladora disparada a su espalda, tumbó a Nir mientras regaba sus plantas. Sorprendentemente, ni una gota de sangre manchó su verja, sus planteras o sus flores.

Otro de los atacantes, bajó corriendo de su vehículo y con un preciso golpe de cuchilla decapitó a Jave. Mientras la cabeza rodaba por el césped, no dejó de cantar la vieja canción “¿Dónde están las flores?” y la sonrisa no se borró de su boca.

El asombro paralizó a la turba asesina.

Itzjak, que oficiaba de líder de la comarca, se acercó a quien parecía ser el jefe de la banda y con voz firme le dijo, en un perfecto árabe:

  • No gastes tus balas, ni comprometas el filo de tus cuchillos. No te servirá de nada. Nosotros somos inmortales. No tememos a la muerte.

La razón de la inmortalidad de estos ancianos era simple pero poderosa. Habían vivido vidas plenas, habían amado y habían sido amados, habían alcanzado sus sueños y habían encontrado la felicidad. La muerte no les asustaba, porque no representaba ninguna frustración para ellos. Cada uno había abrazado la plenitud de la vida y -al hacerlo- habían trascendido el miedo a lo desconocido.

Marwan se arrimó, desafiante. Al hacerlo notó que era ostensiblemente más bajo que Itzjak, por lo que quedaba en una posición ridícula tratando de estirar su cuello para acercarse.

  • ¿Cómo puedes hablar de la muerte con tanta tranquilidad? Dices que has vivido una vida plena, y yo no tengo la menor idea de lo que me estás diciendo. Yo he vivido una vida dedicada a la muerte. La de ustedes para vengarnos y las nuestras para ser mártires. La muerte es la única certeza que conozco.

Giró sobre sus pasos y se dirigió a su motocicleta. Cuando Itzjak comenzó a contestarle, se detuvo, pero no se dió vuelta para escucharlo.

  • Marwan – dijo Itzjak – Una vida plena es saber que lograste todo lo que te propusiste. Que diste y recibiste lo máximo de tí, sin guardarte nada. Nada para agregar y nada para perder. No es conformismo. Es reconocimiento y agradecimiento. Es la aceptación de la inevitable danza de la vida y la muerte.
  • Pero sí tenemos temores – prosiguió -. Tenemos miedo a no morir. A que tus “valerosos guerreros” fallen en su misión y nos dejen vivos con dolores o sufrimientos. El resto, no nos preocupa.
  • No te aferres a la historia, Marwan – se atrevió a aconsejarle – Alguien dijo que tiene la maldición de ser una permanente invitación a corregir el pasado, y eso es imposible. Intentemos cambiar el futuro. Estamos a tiempo.

Marwan subió a su moto y con una seña ordenó a sus secuaces que terminaran la tarea que los había llevado al lugar.

Para no dejar ninguna duda, mutilaron los cadáveres, los arrojaron al fondo del lago y, luego de quemar las casas, los jardines y los árboles del bosque, emprendieron el retorno vociferando alabanzas al dios que los inspira.

Los habitantes de Nevé Midbar” -Oasis de Esperanza- fueron las únicas víctimas de la guerra que no necesitaron ser lloradas.

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