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Por Nelson Gilboa

Cuando mi abuelo me pedía que lo acompañara al boliche veíamos a Giuseppe sentado, siempre en la misma mesa del rincón. Un mechón cano caía sobre su frente, cabizbajo, como si cargara medio mundo sobre sus hombros. En la mano izquierda, el vaso con un líquido transparente, pero no era agua lo que bebía, era grapa, como la que bebía también mi abuelo.

Ellos se acompañaban casi a diario. Abuelo lo saludaba cariñoso con una palmada en el hombro a la vez que le preguntaba “como anda esa figura de astro” -había sido jugador de futbol, hasta que le quebraron la pierna derecha-.

Él respondía con su acento italiano: “Apagándose en el líquido cristalino del tiempo que se agota”. Tenía muchas de esas frases largas que no llegaba a comprender del todo.

Cuando me tenía enfrente, me miraba fijo apuntándome con el índice de la mano derecha y sentenciaba: “Ragazzo, nunca te cases enamorado, espera que se te pase»… Y yo, carente de respuesta, sonreía inocente.

Pero quedaba pensativo… ¿No casarse enamorado? ¿Qué le habrá pasado, para decir tamaña barbaridad?

Un día interrogué a mi abuelo por tal frase…

Me miró complaciente, se tomó una larga pausa y comenzó:

Con trece años no es suficiente, no podrás digerir la experiencia de sesenta.

“Pero el consejo es para tener en cuenta Raulito. Trata de aplazar ese día… Pude alargar tu matrimonio.

Que sabes vos de la evolución de las personas, más cuando se alejan y toman diferentes caminos.

Si lo que tienes delante Raulito, no te gusta, no intentes cambiarlo, acéptalo o déjalo.

Eres muy joven para entender el comportamiento. Pero ante mi expresión de insatisfecho, comenzó el relato:

“Cuando le quebraron la pierna a Giuseppe, dejó las canchas y se dio a la bebida. Después conoció a Elvira. Enamorados los dos, decidieron casarse y se prometieron uno a otro: él dejaría de beber y Elvira -convencida que cambiaría a su hombre- prometió ser el apoyo que necesitaba. Pero el ex – futbolista no pudo cumplir… Reincidió.  Y a ella le flaquearon las fuerzas.

Renuncio… le informó un día y se marchó con sus hijos pequeños.  Nunca volvió.

En la nota escueta que le dejó rezaba. “Me aburrí de tus promesas y no quiero para mis hijos tu mal ejemplo. No me busques, no me encontrarás, nos vamos lejos. Suerte Giuseppe”.

Era lo que le faltaba para hundirse más en la bebida… Por eso frecuento el boliche a menudo… Para sentarme a su lado.

Nosotros nos mudamos de aquel barrio hacia al centro de la capital y el abuelo un día me llamo por teléfono pidiendo que lo acompañara a visitar a Giuseppe. Si podés venir con el coche mejor, se trata de un viaje largo para hacerlo en el colectivo.

No era la primera vez que lo llevaba algún lado, pero me pareció extraño, porque Giuseppe vivía cerca de su casa.  Solo le respondí que en cuanto terminara de estudiar, pasaría a buscarlo.

Me estaba esperando con un bolso en la mano y pensé que llevaba un regalo para Giuseppe.

Le pregunté:  ¿A dónde vamos?

-Al Cementerio del Norte- dijo mientras se subía al coche.

-¿Giuseppe está ahí?

-Si.  La semana pasada lo enterramos… y lo extraño.

Lo miré con ternura. No es fácil perder un amigo a cualquier edad… Pero a la suya menos.

-Pobre Giuseppe- dije dándole un abrazo al abuelo.

-Si.  Los hijos nunca aparecieron. Se fue cansando de esperarlos… Tal vez aparezcan ahora… por la herencia.

El abuelo apartó una lágrima con el dorso de la mano. Y al verle así, apreté mis labios con fuerza.  Nunca lo había visto lagrimear.

Encendí el coche y partimos. Durante el viaje, le pregunté por aquél consejo de Giuseppe.

-Me quedó dando vueltas en la cabeza… ¿vos también pensás así?

-¿De qué?  

-Que no hay que casarse enamorado. Es que tengo una novia, me gusta mucho y…

-No, no pienso igual que él.   Giuseppe justificaba así su situación particular, porque en el boliche lo veías en sus miserias.  Cuando elijas a tu amor, no mires solo la imagen que el espejo te muestra. Escoge el alma, esa que no ves, pero te acompañará toda la vida, te dará sombra, calor, cuando la vida te sea adversa. Descubrirla te llevará tiempo… Solo eso quería decir, creo.

Al lado de aquella tumba sin lápida. Pero aun cubierta de flores marchitas, el abuelo, sin pronunciar plegaria ni rezo, sacó del bolso una botella y tres vasos pequeños.

Los rellenos de aquel líquido transparente y familiar para ellos… y brindamos juntos los tres.

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2 thoughts on “Nunca te cases enamorado

  1. Como siempre es muy grato leerte, la descripción del cuento hace que imagine con detalle cada escena y momento del relato.
    Grande Nel.
    Gracias

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