(Extracto del libro “El Martín Pescador”, las aventuras de un joven argentino que quedó seleccionado en una de las unidades comando más desafiantes de las Fuerzas de Defensa de Israel)
Pasamos numerosas pruebas físicas y mentales y cada sesión, di lo mejor de mí. Fue una semana larga y muy ardua, pero como se dice en Israel: “Todavía no nació el maldito que pueda detener el tiempo” y por fin… llegó el quinto y último día.
Realizamos algunas pruebas finales a la mañana, terminamos con las examinaciones del guibush y sólo restaba esperar las respuestas que nos revelarían a la tarde.
Hasta entonces, deberíamos levantar las carpas, limpiar el campamento y realizar un examen sociométrico, que consistía en ordenar a los participantes de nuestro grupo de mejor a peor, en un papel en blanco que nos entregaron.
Pasamos ese día trabajando con ansiedad hasta el atardecer. Con la caída del sol, nos reunieron en una cancha de fútbol 5 y nos sentamos a esperar.
Un examinador me llamó y me indicó que me dirigiera a un cuarto donde me esperaba un psicólogo. Varios participantes habían sido llamados y no teníamos idea si era una buena o mala señal.
Toqué la puerta y un señor de alrededor de 50 años me invitó a pasar.
Me senté frente a él, bastante incómodo, y el psicólogo me cuestionó con diferentes preguntas sobre mi personalidad.
La única que puedo recordar, fue cuando puso su libreta a un costado, me miró a los ojos y me preguntó:
– ¿A qué le tienes miedo?
– ¿Perdón? – me había agarrado desprevenido.
– ¿A qué le temes? – repitió con una sonrisa.
Por algún motivo, a pesar de que nunca fui de aquellos que le tienen miedo a las alturas, a las arañas o la oscuridad, una respuesta me vino a la cabeza como si estuviese esperando a ser llamada. Como si hubiese estado en la parte trasera de mi cabeza todos estos meses, esperando la oportunidad para ser notada.
– Tengo miedo de matar a alguien – le respondí.
Sentí que una respuesta de este estilo podría llegar a anular toda la semana de esfuerzo: el psicólogo podría entender que, si no estaba dispuesto a matar a alguien, no era adecuado para ingresar en una unidad especial del Ejército de Defensa de Israel.
Para mi sorpresa, él supo – al parecer – leer mis pensamientos y me contuvo:
– Es natural que tengas miedo de matar a alguien – sonrió – me preocuparía que no lo tuvieras.
Me dio la mano deseándome suerte, y volví a la cancha de fútbol 5, con el resto de los participantes.
Una vez allí, esperamos varios minutos hasta que finalmente se acercó un pelado de alrededor de 40 años con aspecto temerario y dio un breve discurso explicando que pronto nos darían los resultados.
Mientras tanto, nos dimos un festín de “Manot Krav” (*Traducción directa: Platos de combate. Caja de cartón con alimentos enlatados que se comen en ejercicios o en la guerra). Es lo que habíamos comido durante toda la semana, pero ahora teníamos la libertad de cenar sin límites de tiempo o cantidad. Yo me enfiesté con una lata de hojas de parra y me senté solo, a esperar con paciencia.
Dos jóvenes se me acercaron para charlar y me preguntaron como andaba.
Yo no tenía ganas de socializar, quería escuchar mi resultado e irme, así que les respondí con cierta frialdad y se alejaron. Más adelante me enteré de que uno de estos jóvenes era Ido, quien sería uno de mis compañeros de Tzevet
(equipo de operaciones del ejército con el que se pasa toda la fase del entrenamiento juntos y se comparten misiones y años de trabajo).
Meses más tarde, me confesó que entonces me bautizaron como “El Argentino grandote que da miedo”.
El pelado se acercó al micrófono y nos informó que pasaría a decir los resultados. Primero diría los nombres de quienes quedaron seleccionados en la unidad comando Matkal, después en Shaldag y finalmente en la unidad 669.
– Cuando escuchen su nombre, tomen su mochila y vayan a sentarse con el resto de los seleccionados – indicó.
– Los seleccionados para la unidad 767 son… – comenzó a nombrar uno a uno a los elegidos. Cada vez que lo hacía, un joven se levantaba e iba corriendo a agarrar su mochila y se sentaba a un costado, donde lo recibían soldadas administrativas de la unidad de combate Matkal.
Cada nombre que decía reducía la probabilidad de que yo estuviera entre los seleccionados. Escuché cada palabra con ansiedad creciente, tratando de oír mi nombre entre los mencionados.
Luego de siete llamados, escuché – Gabriel… ¿Skaler?
A pesar de su mala pronunciación y al ver que nadie más se paraba al escuchar ese nombre… entendí que se refería a mí. ¡Era yo, había sido seleccionado!
Me paré de un salto, busqué mi mochila en una especie de trance eufórico y corrí a sentarme con el resto. Lo primero que hice fue preguntar si 767 era la unidad Matkal, porque no estaba del todo seguro. Gai, el chico inteligente de mi primer grupo – no me sorprendió verlo allí – me contestó que sí y nos dimos un fuerte abrazo.
Esos primeros segundos, en los que comprendí que después de tantos esfuerzos y obstáculos, había pasado el guibush (las pruebas de selección) y quedado en la unidad que era considerada la más difícil, constituyeron el momento de felicidad más grande que tuve hasta el día de hoy. La sensación de éxito, de haberlo logrado, me lleno de una alegría genuina que nunca había experimentado.
Otros elegidos fueron llegando y se sumaron al grupo, hasta llegar al número de 25 jóvenes de entre 500, que habíamos empezado el guibush.
Para acceder al libro completo https://www.amazon.com/Mart%C3%ADn-Pescador-Spanish-Gabriel-Sklar-ebook/dp/B08FJ8BTPT
Algunos miedos, nos hacen sentir débiles, pero en realidad, son fortalezas que valen oro.
Gracias, Gabriel Sklar.