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Al recibir la noticia de que tenía un tumor maligno y que había que extirparlo fue como si me embistiera un huracán que me dejó sin aliento y me hizo perder un par de latidos.
Cuando falleció mi padre, sentí un gran vacío y al mirar hacia atrás vi que ya no había nadie a mis espaldas.
Por mi resiliencia comprendí que por esa extirpación pude conocer a mis nietos y fue también con su ayuda que tome consciencia de que ahora yo ocupo el lugar de mi padre y al volver la vista atrás, es a mí a quien mis hijos verán protegiendo sus espaldas y apoyándolos. Tener conciencia de nuestros defectos y nuestras limitaciones nos estimula a convertirlos en nuestras virtudes.