Una persona intenta levantarse por la mañana,
salir de su edredón de penas,
lavarse, peinarse, mirarse al espejo,
sacudir las tribulaciones de la noche,
despojarse de las pesadillas que suelen asediarla durante su sueño precario,
reiniciar el anhelo hacia un nuevo día,
hacia tiempos futuros que se parezcan, aunque sutilmente, a los pasados.

Tiempos futuros despoblados de noticias,
sin que se repitan a diario las palabras clave
que pueblan los noticieros y las redes sociales,
secuestrados, violadas, masacre, bombardeo, combates, héroes.

Una persona desea desvestirse, desnudarse, desquitarse,
dejar a un lado, siquiera por unas horas, su identidad,
sus lazos con la nación, el pueblo, la tribu, la familia,
e incluso consigo misma.

Una persona desea quizás volver a nacer,
pasar la página de un nuevo libro,
un libro blanco, sin colores de banderas ni estandartes,
renunciar a símbolos e injusticias y sumergirse
en el mar de la nada.

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