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Por Diana Dimerman

De pronto me vi en el suelo rodeada de vidrios rotos.

-No puedo mover el pie ¿me puede sacar el zapato por favor?- rogué a alguien que se me acercó. Otra persona gritó desesperadamente.

-¡Rápido, hay que sacarla! Se le puede caer el vidrio encima.

El miedo se apoderó de mi, gente extraña daba vueltas a mi alrededor.

No fue una pesadilla. Fue el principio de esta vida… y el final de la otra.

Un hospital, no recuerdo cual.

A mi lado, la cara de mi madre desencajada. Una mujer gritó -¡gasas!-

-No hay- le contestó otra.

Escuché a mi padre, que dijo: -Hay que sacarla de aquí.

-Tranquila, te vamos a llevar al Dupuytren- dijo mi madre.

Miedo, terror, asombro.  Era una mezcla de sensaciones indescifrables.

48 horas después, domingo por la tarde.

No recuerdo el nombre de ese médico. Entró en la habitación y parecía buscar las palabras justas. Carraspeó y lo largó con poca delicadeza:

-En un rato volvés a quirófano. Tenés que estar preparada, quizás tengamos que amputar la pierna izquierda.

Tenía tanta morfina encima que no pude contestar.

Al rato, pensé:  “por lo menos estoy viva. pero de cortar ni en pedo, a mí no me cortás nada”.

No lo puedo evitar.  A pesar del miedo, terror o lo que fuera, mi idiosincrasia me lleva al optimismo.

Convoqué a las energías positivas en las creo profundamente y me quedé dormida.

El lunes entró a mi habitación otro médico, bajito, serio, con fuerza y decisión. Me miró y comenzó a hablar:

-Si no hay infección no se va amputar. Olvídate de correr, bailar y usar tacos altos, te va a quedar una renguera, por el pie equino que se forma al tener un nervio cortado. Tuviste suerte esta vez.

Y se fue con su sequito de residentes.  El Instituto Dupuytren de Buenos Aires, es también escuela para médicos.

Mi mamá y yo nos miramos. –Con lo que me gustan los zapatos y me encanta bailar…- le dije.

Las palabras del médico en jefe seguían resonando en mi cabeza, me acordaba de mi vecina -La Renga- que así le decían por eso mismo y pensaba… ¿a mí también me van a decir “la renga”?

Con el tiempo volví a mi rutina, al trabajo, a mis clases de superación y control mental y a aprender a vivir con mi defecto, mejor dicho, con mi nueva discapacidad, la renguera, y también con mis limitaciones.

Regalé todos los zapatos de taco alto que tenía, realmente no podía usarlos, me torcía el pie y me caía.

¿Y correr y bailar? La sentencia había sido rotunda, pero después de un año vencí al miedo.

En medio de un ejercicio de liberación, con el grupo de control en un enorme parque de un convento en Luján, me largué: mandé el miedo al diablo y corrí, corrí y corrí.

Parecía un pato extraño, levantando una pierna más que la otra para no llevármela por delante y no caerme, pero corrí y sentí el viento en la cara y mis lágrimas también.

¿Y bailar? Fue en el casamiento de una de mis mejores amigas. Despacito, me fui acercando a la pista y poco a poco empecé a bailar sola hasta que terminé girando como una loca sin importarme si me caía delante de todos.

A veces pienso, como sería mi vida si un minuto antes hubiese dado un paso más allá de esa vidriera, sin detenerme a mirar un tapado de zorro que sabía… jamás me iría a comprar.

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6 thoughts on “UN MINUTO ANTES

  1. Escrito con fidelidad a los recuerdos, el horror del suceso está envuelto en la emoción contenida y la mirada vital de la relatora. Hoy perdona a la vida y continúa creciendo y creando con confianza y optimismo.

  2. DIANITA, este testimonio del q lo vivi contigo, me hace llorar, quizas de alegria. Sos, fuiste y seras UN GRAN EJEMPLO!!!. TE QUIERO MUCHO AMIGA. !!!!

  3. A todos los que pasamos momentos críticos en la vida donde la distancia entre seguir o claudicar es solo un milímetro recomiendo este cuento… un abrazo Diana!

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