Recibimos en Jerusalén la noticia de la devolución de los cuatro cuerpos, dos pertenecientes a los pequeños hermanos Bibas, por los terroristas del Hamás, después de quinientos días en cautiverio. Mi señora había organizado una visita de un par de días con otra pareja amiga. Nuestra capital, la ciudad de paz, ha vivido una de las historias más bélicas existentes sobre la tierra y un sinfín de leyendas envuelven esta metrópoli. Nuestra intención era recorrer a pie algunos sitios fuera y dentro de la ciudad amurallada. Ese fin de semana habían pronosticado la llegada de un frente frío acompañado de lluvias y de nieve. Los días gélidos en Jerusalén son agresivos y la frigidez penetra hasta los huesos.
Nos dimos cuenta de que en el mismo momento que nosotros caminábamos hacia la ciudad vieja, subiendo por el túnel de Har Zion (el monte Zion), los familiares y amigos de las victimas lloraban a sus queridos.Mientras tanto, nosotros entrabamos a las galerías que conducían a la tumba del rey David. Un grupo de treinta hombres religiosos rezaban dentro del recinto. Cuando oraban, movían sus cuerpos en un vaivén persistente, como si estuvieran gimiendo sin parar. Ellos lamentaban sucesos que se llevaron a cabo hace miles de años. Una observación conjunta con mi amigo fue la siguiente: “Que forma tan extraña tenemos los israelíes de pasar un día libre: ¡visitar lugares de batallas, cementerios y mausoleos!”.
Cuando salimos a la intemperie, seguía la llovizna que mojaba nuestras heladascaras. Buscamos un lugar seco donde pararnos y reflexionar sobre lo acontecido, pero una inevitable angustia se apoderó de nosotros; lo único que pudimos hacer fue abrazarnos… y sollozar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *