
Haifa a 7 de mayo de 2075
Abraham Maslow fue un estadounidense, hijo de inmigrantes judíos rusos pobres, que tuvo una infancia marcada por múltiples carencias. Su madre carecía de valores, era profundamente egoísta, incapaz de amar a nadie, narcisista, con prejuicios hacia los negros, descuidada y sucia, y no toleraba que alguien pensara diferente a ella.
Maslow clasificó las necesidades humanas en forma de una pirámide. Según su teoría, para alcanzar los niveles más altos y espirituales del desarrollo humano, primero deben estar satisfechas las necesidades básicas: alimentación, vivienda, descanso y seguridad física.
En niveles intermedios se encuentran la necesidad de relaciones afectivas, la aceptación social y la autoestima. En la cima de la pirámide está la autorrealización: darle sentido a nuestra vida.
Otro judío, nacido en Viena en una familia de clase media, atesoraba como uno de sus recuerdos más preciados el momento de despertar, cuando, siendo aún niño, antes de abrir los ojos, sentía una profunda seguridad y ternura. Al abrirlos, veía a su padre inclinado sobre él, sonriéndole. Ese hombre fue Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido.
Frenkl observó cómo hombres más fuertes y rudos no lograban sobrevivir al perder la esperanza. Despojado de todo —no solo de lo material, sino también de su dignidad—, encontró sentido a su existencia ayudando a los demás. Pensaba en el amor, en su esposa, en la poesía, en la belleza de un amanecer helado en el campo de concentración. Para Frenkl, cuando el ser humano encuentra un propósito, un sentido, es capaz de atraer y satisfacer sus necesidades para alcanzarlo.
Hugo Gryn, por su parte, relató cómo, a los 12 años, en Auschwitz, vio a su padre a punto de encender una vela hecha con un pedazo de tela de su uniforme y una rebanada de mantequilla sobre un trozo de metal. Hugo le gritó: “¡Detente!”. Era la primera noche de Janucá. Su padre se volvió hacia él y le dijo:
“Si algo hemos aprendido en Auschwitz, es que un hombre puede vivir muchos días sin comida, pero no puede vivir ni un minuto sin la luz de la esperanza”.
Comento esto porque, con la revolución del conocimiento, tenemos completamente cubiertas las dos primeras capas de la pirámide. No hay hambre, no hay personas sin casa, todo el mundo tiene derecho al sistema de salud, hay seguridad y paz social, no hay guerras ni fronteras, no existen aranceles, hay una moneda mundial y el ingreso básico universal es el mismo en Suiza que en Haití. No hay basura, no existen drenajes; en su lugar hay ríos, fuentes y parques acuáticos. Existe un Sistema Planeador de Recursos Mundiales que optimiza la producción en base a las necesidades de la gente.
Y por otro lado al ver tantos jóvenes dejándose llevar por la inercia de este mundo eficiente sin un objetivo, y otros que sufren por buscar relaciones significativas más allá de las redes sociales, y por dar sentido a su vida me pregunto:
¿Todo este esfuerzo valió la pena? ¿No debimos haber comenzado por darle sentido a nuestras vidas como sociedad?
ABEL, muy bueno tu texto!! Comienza con biografías y datos, y termina en otra de tus utopías, tratadas con un criticismo que podría ser ácido y nihilista, pero prefieres (y lo celebro) el humor irónico tan propio del humor judío, pues la real autocrítica es no tomarnos tan en serio y saber reírnos de nosotros mismos antes que criticar a otros y enarbolar banderas de la verdad absoluta. Así que a darle que es mole de olla, quedo a las espera de tus nuevas utoPíAS.
Ricardo