Cuando cumplí dieciséis años comencé a trabajar para ganarme mi propio dinero. Me contrataron como ayudante de mozo en el lobby del hotel Hilton de Tel Aviv. En una lección rápida de media mañana, me enseñaron lo que es un Mise en place y un Debarrassage

Aprendí a recoger un cenicero con colillas, sin que cayera basura y ceniza sobre los platos de la mesa. Junto conmigo trabajaban cuatro jóvenes mayores que yo, que habían empezado la universidad, y estaban estudiando teatro. Uno de ellos se comportaba como un payaso y coqueteaba con las turistas que llegaban al lobby. Las atendía con un manierismo bien acentuado, que nos hacía reír. Años después entró en el consejo de la municipalidad, y hoy en día sigue en la política. 

A cargo de la operación estaban dos gerentes que mantenían el orden, la seriedad y la distinción que el hotel Hilton se atribuye hasta el día de hoy. Una era la encargada del lobby llamada Elga; severa mujer alemana de unos 60 años, con larga experiencia sirviendo en hoteles de alta categoría en Europa. El otro era el jefe de mozos; yo le tenía un poco de miedo por el modo en que me había tratado en el periodo del aprendizaje. Se llamaba Charly, pero todos lo conocíamos por “el coyote”, así lo habían apodado por su astucia. Era muy serio y nunca lo vi sonreír. El coyote era uno de esos mozos que nacen para ese oficio, y supongo que llevaba consigo una trayectoria de cuarenta años en esa profesión. 

Empecé trabajando en la cafetería del lobby; ese fue mi primer contacto con extranjeros de mucho dinero. El hotel Hilton ha sido el más prestigioso de la ciudad y hasta el día de hoy allí se hospedan los que pertenecen al “jet set”, los artistas de cine, teatro y música de renombre mundial, que llegan de visita a nuestro país. 

En el primer día de trabajo, me midieron de arriba a abajo, y me entregaron un set de ropas “a medida”, mi uniforme. Este atuendo consistía en una chaqueta marrón con resplandecientes botones dorados y unos pantalones del mismo color, con una raya naranja a los costados. También me prestaron una corbata pajarita de color negro. La camisa blanca y los zapatos oscuros los tenía que traer de mi casa. 

Al mes de haber empezado me preguntaron si quería trabajar de noche, y si tenía interés en ser mozo del “room service”. La labor por las noches era mejor remunerada, y el servicio de comida en las habitaciones era bien gratificado con las propinas, así que acepté.

Cuando se trabajaba en el “room service”, numerosas veces era necesario entrar a la cocina y retirar del refrigerador platos fríos preparados por el chef, como ensaladas y sándwiches. Dentro de la cámara refrigerada también había jugo de naranja y canastas de frutas. Entre los manjares conservados en el frízer, el que más me llamaba la atención era el sándwich de salmón. En un plato blanco, sobre una cama de verdes lechugas, yacían dos rebanadas de pan integral de centeno, aderezadas con una fina capa de mayonesa. Dos lonjas de salmón nórdico reposaban sobre el pan; esa carne rosada, sedosa, fogosa y apetitosa. Todo esto llevaba una decoración de cebollín, alcaparras y limón. ¡Un plato perfecto!

Después de varios meses en el hotel, me sentía muy cómodo y seguro con el trabajo que hacía. Atendía de buen humor a las visitas, y me esmeraba en prestarles el mejor servicio. Una noche, como a las 22 horas, me enviaron a una habitación en el séptimo piso, para llevar una ensalada de huevo, un consomé, una botella de champagne en su hielera y dos copas. Golpeé la puerta, que estaba ya media abierta, y me contestaron desde adentro: 

–Adelante. 

Empujé la puerta con el pie, y entré a la habitación con la bandeja en las manos, y la orden de los dos platos, las copas y el champagne. Busqué un lugar adecuado para asentar la bandeja sin prestar atención a la huésped que estaba recostada sobre la cama. Después de dejar los platillos y la botella sobre un bufete en el rincón de la habitación, levanté mi cabeza y recién entonces vi a una hermosa mujer desnuda. Nunca había visto algo paradisíaco tan cerca de mí. Vertiginosamente me atravesó una corriente eléctrica por todo el cuerpo que me dejó sin respiración. Me paralicé, estaba completamente anonadado. Tenía enfrente mío a Venus emergiendo de las espumas del mar. Su cristalina blanca piel y sus pronunciadas caderas emanaban sensualidad. Sus pechos voluptuosos estaban dibujados por Sandro Botticelli. Afrodita había bajado del Olimpo, y su boca carmesí me estaba hablando a mí, y yo no la escuchaba.  Mi adolescente corazón latía como una cabalgata formada por doscientos caballos salvajes. Pasaron unos segundos hasta que reaccioné, pero para mí fue una eternidad. La huésped me pidió que me acercara, porque me quería entregar la propina. Tendió su mano, y me dio un billete de 10 dólares. Recogí el dinero, agradecí desconcertado y apresuradamente dejé la habitación en camino al ascensor. Me encontraba todo ruborizado, no sabía que hacer, ¿Cuál fue la razón por la que me esperaba con traje de Eva? ¿Me quería seducir? ¿Quería hacer el amor con un joven? ¿Estaría esperando al payaso del lobby? Qué imbécil había sido. Descendí a la planta baja a toda velocidad, entré a la cocina corriendo y me metí en el frigorífico. Allí traté de calmarme.  Poco a poco mi respiración volvía a ser normal, y me sonreí. Luego tomé un vaso de naranjada fría. Sobre una repisa, dentro de la cámara refrigerada, había un plato con un sándwich de salmón. No me contuve y arrebaté su envoltura de celofán; agarré con mis manos el sándwich, y en dos mordiscos, me lo engullí. Fue una gran satisfacción sentir pasar por mi garganta esa exquisitez, ingerir esa carne sibarita y sensual. Cuando salía del frigorífico, me topé con el coyote. Estaba haciendo la ronda de medianoche para cerrar la caja del día. Lo saludé y me dirigí a los vestíbulos de los empleados para cambiarme de ropa, y retirarme a mi casa.

A fin de mes, recibí un sobre con el cheque del salario: casi la mitad del sueldo anterior. Asumía la deducción del precio del sándwich de salmón y el jugo de naranja. Venía acompañado de una carta que expresaba que no iban a necesitar más de mis servicios.

3 respuestas

  1. Muy interesante y bien escrito el relato; he escuchado de situaciones similares ocurridas en hoteles en Costa Rica y en Miami

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