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Por Andrea Bauab
Los personajes que creamos son transgresores o buscan serlo. Cruzan límites, rompen barreras. Se atreven a lo que nosotros no nos atrevemos. Los autores imaginamos situaciones de conflicto y ubicamos a los personajes de ficción entre la espada de lo que desean y la pared de lo que está permitido.
En nuestros personajes desplegaremos lo que nos dicte la imaginación, por más cruel u obsceno que sea. Lo que no podemos decir o hacer -a riesgo de generar un escándalo o terminar presos- podemos escribirlo, ponerlo en las palabras o en el accionar de personajes de ficción. Esa es la maravillosa opción que nos permite la literatura: identificarnos con personajes que sí se atreven, que sufren, luchan y al final consiguen su propósito (o no)
Para idear una situación de conflicto, basta con que un personaje desee algo que está prohibido por la Ley o las buenas costumbres de la sociedad donde habita. Que no pueda refrenar ese deseo. Que cada vez que intente aplacarlo, desatados instintos lo empujen de nuevo hacia él.
La lucha interna de nuestro personaje consigo mismo, con su propia moral o la de su tribu, sus cuestionamientos y justificativos, sus retrocesos y avances, construirán la trama de la historia. Una trama que será tanto más apasionante cuánto más equilibrada sea la intensidad entre “lo que desea” y “las leyes o mandatos que lo impiden”.
Cuando un protagonista se atreve, transgrede, se opone, se juega, no se avergüenza, generará odio o admiración o debate… pero no dejará a ningún lector o espectador indiferente. Imaginar personajes transgresores es de por sí, un motor de conflicto. Si un personaje actúa en base a todo lo que esperan de él y no se atreve a cruzar ningún límite… nos quedaremos sin historia, no habrá lo que contar.
Brillante!